El Ejecutivo se ha transformado en un ente que entrega números diarios, pero que no los traduce en un ethos común. Al final, las cifras se han convertido en vacíos, sin rostro y sin alma, que no generan cohesión, sino apenas miedo.
¿Le cabe algo más que atender y acatar a la persona corriente? ¿Pueden los individuos, sólo en virtud de sí mismos, ser agentes de bienestar en tiempos de conflicto? La respuesta es afirmativa.