La necesidad de poseer un Estado nace en respuesta de la naturaleza propia del hombre en la que conviven tres causas de discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria.
Los problemas reales se producen y se resuelven dentro de un marco normativo, el estado de derecho, y la Constitución es la norma de mayor importancia dentro del mismo.
Si queremos salir de esta crisis, tenemos que dejar de celebrar el falso triunfo de la democracia y gobernanza, y aceptar que ambas están hechas añicos.
Si bien no debemos endiosar al inversionista, tampoco debemos caer en el infantilismo de que el presupuesto y la base tributaria brotarán como maná del cielo.
Puesto que ninguno de los recursos simbólicos o materiales tradicionales de la nación quedó incólume, entonces una nueva constitución, una constitución comprometida fundamentalmente con la democracia, puede tal tez jugar tal rol unificador.