Lo que pudo parecer una genuina disposición a reconocer errores y a cambiar de posiciones terminó demasiado pronto siendo una pura y simple banalidad, una coartada frívola en el que, si alguna vez hubo algo de valor e intencionalidad genuina, definitivamente ha desaparecido.
Que el gobierno haya sincerado que el plebiscito del 4 de septiembre no será únicamente sobre los méritos de la propuesta constitucional sino sobre sí mismo es un gran gesto de osadía y realismo político. Que sus acciones confirmaran que el texto no podía salir adelante solo, también.
Hoy poseemos al menos una certeza: gane quien gane, pierda quien pierda, el proceso constituyente no termina; seguiremos peleando por tiempo indefinido, empezando de nuevo una y otra vez, corrigiendo hasta el infinito, porque esa otra mitad del país a la que no pertenezco no está dispuesta a ceder y a doblegarse.
Sostener, como lo hicieron el Presidente y sus ministros, que el resultado del plebiscito de entrada fue un mandato vinculante que trasciende la actual propuesta constitucional implica cruzar una delicada línea roja, que tensiona las reglas del juego definidas en la actual institucionalidad.
¿Sorprende el actual grado de divisiones y odiosidades al interior de la centroizquierda? Para nada; más bien al contrario: es el desenlace inevitable de la trayectoria autodestructiva iniciada por ella luego de perder el gobierno en 2010.
El derrotero del Apruebo está de alguna manera atado a lo que el gobierno haga o deje de hacer en los próximos 60 días. Y en caso de una derrota, la factura que un sector del oficialismo le va a pasar al Presidente y a La Moneda, va a ser simplemente enorme.
El problema no es del Presidente Boric, sino de aquellos que han estado dispuestos a someterse a todo lo que esto implica.Y que ahora no tienen vergüenza en reconocer que, para ellos, la propuesta emanada de la Convención es muy negativa para el país, pero igual van a votar Apruebo, porque no se atreven a tomar distancia de una historia que, en rigor, nunca ha sido la suya.
Son tiempos de alta volatilidad en materia de percepciones públicas. Sin ir más lejos, bastó un mensaje presidencial de buena factura y una emotiva cadena en horario “prime” para que según la encuesta semanal de Cadem, el respaldo al Presidente Boric saltara 8 puntos y la desaprobación cayera 10.
La jugada de La Moneda es, entonces, correr los riesgos que sean necesarios para ganar, porque la posibilidad de que termine imponiéndose el Rechazo, aunque todavía baja, ha empezado a asomarse en el horizonte.
Lamentablemente, el gobierno descubrirá que el único camino para restablecer el monopolio de la fuerza del Estado es duro y doloroso. Y que tiene costos políticos muy altos.