5 de septiembre

21 de Agosto 2022 Columnas

A dos semanas del plebiscito, todas las encuestas anticipan un triunfo de la opción Rechazo; pero en la vida y en política, nada termina hasta que termina. Contado el último voto y sea cual sea el resultado, a la mañana siguiente el país tendrá por delante un desafío mayúsculo: empezar a construir los caminos para tener algún día una Constitución que congregue y no divida a la mayoría de los chilenos; lograr mínimos comunes en materia de diseño institucional y de modelo de desarrollo, que permitan abordar los enormes problemas políticos, económicos y sociales que hoy enfrenta el país.

No va a ser fácil y se requerirá de mucha generosidad. Deberemos contar con dirigentes políticos que no estén pensando en el corto plazo, sino en hacer un esfuerzo genuino para que la sociedad empiece a dejar por fin atrás la lógica del odio, la revancha y las cuentas pendientes. Fue esa lógica la que en estos años llevó a no pocos a normalizar, justificar y minimizar la gravedad de la violencia; una enfermedad social que ha dañado sobre todo a los más pobres, no a los que cómodamente la han idealizado a la distancia, desde sus barrios y posiciones de privilegio.

El día después del plebiscito, necesitaremos salir de las trincheras, asumir con realismo que el deterioro vivido en el Chile de los últimos años es gigantesco, y que las proyecciones económicas para los tiempos que vienen son muy oscuras. Construir acuerdos transversales, elaborar una Constitución inclusiva y no excluyente, va a ser entonces un requisito mínimo e indispensable para poder abordar los otros dramas que nos aquejan: desde la inmigración ilegal al avance del narcotráfico, del crecimiento de los campamentos a la recesión económica, de la violencia en la Macrozona Sur a la deserción escolar y la informalidad laboral.

No debemos olvidarlo: somos una sociedad fracturada, dividida por una historia trágica que no hemos logrado dejar atrás y que se repite a través de múltiples síntomas. Entre otras cosas, es lo que explica la relativa indolencia con que presenciamos cómo se queman iglesias y escuelas rurales en el sur, cómo los centros de Santiago, de Valparaíso y otras urbes son convertidos en zonas de sacrificio. Y aunque no sea fácil, deberemos tratar de entender por qué no pocos vieron en esta ola de destrucción un signo de esperanza en mejores tiempos. Lo terrible, lo inconfesable, es que el proceso constituyente que ahora cierra una etapa, no pudo desprenderse de esa violencia y ese odio que le dieron origen, los cuales dejaron su sello en muchas de sus definiciones y contenidos.

El proceso constituyente es hoy el espejo trizado en que nos contemplamos como sociedad, y el reflejo que emerja de él en el plebiscito será decisivo para lo que viene. Nada muy estimulante. Apenas la posibilidad de encontrar una luz de esperanza al final del túnel.

Publicada en La Tercera.

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