La izquierda en el diván

11 de Septiembre 2022 Columnas

Fue una derrota histórica, que ocupará un lugar destacado en el ciclo traumático de la izquierda chilena. En línea con la tragedia del golpe militar y también con ese otro fracaso, en apariencia más sutil pero igual de doloroso: no haber podido derrocar a Pinochet, haber tenido que resignarse a una “transición pactada” en el marco de la institucionalidad y las reglas del juego de la dictadura. El peso de esa doble carga era lo que el proceso constituyente venía a reparar.

Al margen de sus causas, el estallido social hizo que la izquierda pudiera instalar en el centro de las prioridades públicas, el eslabón perdido de su sino trágico: “la Constitución de Pinochet”, emblema escrito de todos sus dramas. El chantaje desde la violencia dio resultado y una mayoría transversal llegó a la convicción de que la columna vertebral de nuestros problemas políticos y sociales pasaban por la Constitución vigente. La sociedad chilena requería de mínimos comunes y la única manera de conseguirlos era a través de una nueva Carta Magna.

Literalmente, a la izquierda le había caído del cielo la posibilidad de saldar cuentas con su historia, y de imponer un diseño institucional acorde con su modelo de sociedad e intereses permanentes. Una inmensa mayoría aprobó el inicio del proceso en el plebiscito de entrada y luego escogió convencionales en apariencia funcionales a esos objetivos. La sublimación del pasado y los sueños de futuro estaban por fin al alcance de la mano.

Pero lo que debía y podía convertirse en una victoria escatológica, terminó siendo la performance patética de un nuevo fracaso: desde los gritos e insultos que degradaron la ceremonia inicial, el descuido de los símbolos patrios, convencionales disfrazados, hasta uno que mintió sobre una enfermedad inexistente y otro que votó desde la ducha. El consolidado, una propuesta refundacional que chocó con el sentido común y ajena a la lógica de los cambios culturales vividos en el Chile de las últimas décadas. En simple, una Constitución imaginaria para un país imaginario, elaborada desde el resentimiento y la revancha.

Para la izquierda, que había logrado imponer su lectura sobre el estallido social, hubiera bastado un mínimo de generosidad, de moderación, de altura de miras, de visión histórica. Pero no la tuvo; quisieron pasar la aplanadora, darse todos los gustos, saldar las cuentas de una sola vez. Casi, como para creer que en algún lugar de su inconsciente no quería ganar, sino que necesitaba perder; porque era la única manera de seguir siendo la que siempre ha sido, luchando contra sus fantasmas y sus traumas, reivindicando sus derrotas.

Definitivamente, la victoria era un riesgo, un desafío existencial. En cambio, el resultado del plebiscito le permite ser fiel a sí misma, no traicionarse, confirmar otra vez la dignidad del fracaso, el desafío heroico de volver a comenzar. Porque al final la repetición es el síntoma, sobre todo cuando lo único que se tiene para ofrecer es una triste nostalgia disfrazada de esperanza.

Publicada en La Tercera.

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