Sea cual sea el resultado del plebiscito, a la mañana siguiente la sociedad chilena seguirá viviendo la espiral de polarización, violencia y deterioro político que la ha marcado a fuego en los últimos años.
Esta aparente convicción presidencial sería lo que explica que los principales nudos de gestión -seguridad pública e inflación- hoy estén en manos de una “dupla socialista”: el subsecretario Monsalve y el ministro Marcel, vinculados a una centroizquierda con décadas de experiencia en el poder y en periodos difíciles.
Un gobierno no puede relativizar la gravedad de incumplir la ley y, menos, no perseguir a quienes la violan, sean camioneros, estudiantes o integrantes de una comunidad indígena.
Lo cierto es que la violencia no se irá; seguirá aquí extendiéndose en todas sus formas, como la principal mancha humana de nuestro tiempo, ahondando fracturas históricas e impidiendo encontrar solución a los problemas que nos aquejan.
Una Constitución que no se pregunta por los recursos necesarios para financiar los derechos que garantiza solo puede ser un burdo compendio de literatura fantástica; algo en lo que América Latina ha confirmado ser bien prolífica.
En apenas un mes, el gobierno se autoinfligió daños severos en la línea de flotación de los principales ministros del gabinete, la jefa del comité político y la cabeza del equipo económico.
Las últimas cifras han confirmado que la presente espiral inflacionaria tiene componentes externos e internos. Entre ellos, la enorme inyección de liquidez derivada de los retiros de fondo previsionales, votadas a favor por las fuerzas políticas que hoy gobiernan, incluido el Presidente Boric.
La posibilidad de que la mayoría de la Convención diseñe un sistema político con este grado de desequilibrios y desbalances, para que el día de mañana ellos puedan caer en manos de sus adversarios, es simplemente absurdo.
Solo queda asumir que en el Chile de hoy la violencia cotidiana seguirá siendo parte del paisaje, una semilla siempre fértil, fruto de lo que nosotros mismos, con tanto esmero, hemos sembrado.
El drama de la derecha chilena no es electoral, más bien al contrario: a pesar de conservar en su peor momento un piso amplio y sólido de respaldo popular, no sabe cuál es su causa, qué lo explica y qué representa.
Se acabó la zona de confort sostenida en la crítica a lo que hicieron otros y el tiempo de las promesas en el aire. Ahora los chilenos podrán evaluar realidades y resultados en materia de gestión sectorial y política.
Lo cierto es que eso que Piñera nunca quiso reconocer -probablemente ni siquiera a sí mismo- es que esa ola destructiva sí tuvo éxito. Y que todo lo ocurrido en Chile desde ese momento no es más que su elocuente confirmación.