La escena del movimiento social chileno acusando a la elite política, económica y social de secuestrar en su favor las instituciones y abusar de su poder tiene mucho de Judea contra Roma.
Aunque elaboremos reglas que la excluyen de la vida cívica, la violencia no puede ser exorcizada de la convivencia social. Esto significa reconocer que dichas reglas -las reglas de una democracia liberal y representativason más frágiles de lo que parecen.
¿Qué tan fe tiene que ponerse la cosa para que sea claro que el orden vigente no da abasto? ¿ Qué tan ansiado por la realidad tiene que verse un Jefe de Estado para evaluar su continuidad en el cargo?
El adversario declarado del libro no es el socialismo atriano ni el Chicago-Gremialismo —como le llaman— que tanto ha influido en la derecha. Es el fenómeno populista.
Lo políticamente honesto es reconocer esos puntos ciegos y justificar normativamente por qué hay que bancárselos. Es decir, construir un argumento que no mienta ni oculte los eventuales costos, sino que los asuma en nombre de los valores superiores que encarnan los beneficios proyectados.
Esta discusión comienza con el tipo de reconocimiento que deben (o no deben) tener los placebos y se extiende hacia las distintas nociones de efectividad que caben en medio de la diversidad cultural y cognitiva contemporánea. No basta, por tanto, decir que la casa de los espíritus de Antofagasta es una afrenta contra la ciencia.
No hay procesos de cambio sin sacrificios ni costos. La pregunta es si acaso un liderazgo como el de Landerretche puede contribuir a activar esos engranajes. Si lo hace, sería bueno para la centroizquierda y bueno para Chile.
La generación de la transición se parapetó en dos grandes coaliciones estables y Chile fue reconocido entre los politólogos por la baja volatilidad de su sistema de partidos. Pero, al mismo tiempo, cada vez más chilenos dijeron no sentirse identificados con esa oferta electoral.