Políticos de menú

2 de Abril 2017 Columnas Noticias

Las voces que criticaban al periodista, senador y abanderado radical, Alejandro Guillier, por su estrategia del silencio, ahora pueden estar tranquilas. El comunicador habló. Y lo hizo con un discurso claro, manejando a la perfección el qué decir y cómo hacerlo. Sus palabras aparecieron justo cuando la encuesta Cadem mostraba que el presidenciable de Chile Vamos, Sebastián Piñera, le lleva al menos diez puntos de ventaja en la última medición. Y cuando “por los palos”, en jerga hípica, se le apareció Beatriz Sánchez, su excompañera de labores en radio ADN y La Red, quien paradójicamente- puede ser quien merme su respaldo en algunos sectores de la izquierda más dura.

En una arremetida que se esperaba hace varios meses, Guillier puso cartas sobre la mesa. Afirmó que se concentrará en sólo tres grandes temas, pues en un periodo de cuatro años en La Moneda el que mucho aprieta, poco abarca: salud, educación y previsión.

Pero, pese a que entra en definiciones programáticas interesantes, sobre todo en cuanto a descentralización, Guillier utilizó gran parte de sus palabras para criticar para hacer un diagnóstico fácil, popular y que habla de un cuasi caos nacional, en el que todos caen al saco: el gobierno de Bachelet (a quien hace unos meses defendía); la candidatura de Ricardo Lagos; la antigua Concertación y la Nueva Mayoría (coalición que le permitió llegar al Senado); el Frente Amplio y todos quienes no sean parte de su equipo “sub 39”. Y por supuesto la oposición.

En momentos en que la ciudadanía muestra una importante desafección con la política y niveles de confianza preocupantes, no se entiende que el parlamentario recurra a frases más para el bronce que para aportar a la discusión. Por ejemplo cuando dice que en el país “grita un cambio generacional” y deja entrever que él lo representa, aun cuando ya bordea la edad legal de jubilación. Más allá de sus conocidas capacidades y de lo importante que es la experiencia en esta materia, otra cosa es arrogarse la juventud eterna. ¿Se puede liderar el recambio generacional cuando se tiene 64 años y cuando, de ser electo Presidente, saldrá de La Moneda casi a los 70? Y, más allá de aquello, ¿es un recambio generacional total lo que necesita Chile?

Es cierto que se requiere de un tiraje de la chimenea. Pero aquí no se trata de un tema etario ni tampoco de echar todo lo realizado por la ventana. Las retroexcavadoras están demodé. Bien lo sabe la Nueva Mayoría y, en especial, el PPD de Jaime Quintana. La ciudadanía no valora y en realidad, desde el regreso a la democracia nunca lo ha hecho- las políticas extremas, los conceptos refundacionales y, mucho menos, las campañas del terror. Ni refundaciones completas ni mantención del statu quo. Equilibrio.

Ya Sebastián Piñera fracasó, en su primer gobierno, con la propuesta de sacar de Palacio a los políticos, hacerse de un equipo sólo de técnicos “de primer nivel” y demostrar con ellos una eficiencia a toda prueba, y que superaría la ineficiencia de la entonces Concertación. No lo logró. Al poco tiempo, comenzaron a entrar a La Moneda Andrés Chadwick, Pablo Longueira o Evelyn Matthei, por nombrar algunos. Porque el Estado no es una empresa. Tampoco es blanco y negro. Es un continuo gris matizado.

En su momento, Bachelet también fracasó con su famoso gabinete paritario y el “nadie se repite el plato”. Porque era impracticable. El gobierno se hace con otros, con la ciudadanía -como dice Guillier- pero también con los partidos y los conglomerados que dan gobernabilidad al sistema. Entonces, cuando el senador dice que “no pueden seguir los mismos de siempre”, ¿con quién piensa gobernar? En una eventual primaria donde el comunicador sea el ungido, ¿no será la Nueva Mayoría la que sostenga su campaña y después su posible mandato? Hasta ahora, al menos, los llaneros solitarios no han tenido buen final en la política chilena, teniendo claro, de partida que se necesitan los votos del Congreso para cualquier cambio.

De hecho, si Guillier critica al Frente Amplio y los nuevos movimientos, porque “no tienen cultura de acuerdos” no queda claro entonces ¿con quién está dispuesto a gobernar y qué está dispuesto a ceder en pos de esa gobernabilidad? ¿Qué significa en la práctica llegar a acuerdos sólo con la ciudadanía?

Como decía el sociólogo alemán Max Weber, cuando afirmaba que la política era una vocación, que requería que el líder se dedicara de forma apasionada a ella. Guillier probablemente tiene esa pasión. La gracia está en dominar el arte de gobernar, ser la punta de lanza y reencarnar a esta ciudadanía molesta pero sin convertirse en un falso profeta. Porque -como él mismo dice- lo que el país ciertamente no necesita son “políticos de menú”.

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