Navidad en 1917

25 de Diciembre 2017 Columnas

La llegada de la Navidad se ha convenido en un  evento comercial. Los adornos navideños, puestos desde noviembre en las vitrinas de los supermercados y grandes tiendas y la omnipresencia de Santa Claus han desvirtuado el sentido original de la fiesta. Una mirada a El Mercurio de Valparaíso de hace un siglo da cuenta de aquello. La Navidad aparecía como una celebración con un carácter eminentemente religioso, enfocada en los niños y a una comunidad movilizada para atender a los más necesitados, en especial, cuando la miseria se había visibilizado a las clases dirigentes de la sociedad. En esa época, y al igual que ahora, los regalos para los niños eran parte esencial de esta festividad. Los anuncios del diario dan cuenta de velocípedos, bicicletas y tricicletas, cochecitos para niñas, caballos de balance carretones, espadas, huascas, trompos, “racquets” revolvers, soldados, etc. Estos últimos juguetes eran más que una casualidad. Hay que recordar que, hacia 1917, gran parte del mundo se veía envuelto en una guerra inédita. Estados Unidos se había sumado al conflicto, mientras que los rusos, un mes antes de la Navidad, habían cesado su participación e iniciado un proceso revolucionario que traería insospechadas consecuencias al planeta. La manifestación directa de la Gran Guerra fue que la industria se enfocó en la producción de material bélico y disminuyó la producción de juguetes. Ante esta falencia, surgió una industria local dedicada a proveer este material para los más pequeños. Se trataba de la fábrica Luis Feliú y Cia., ubicada en una casona en el cerro Cordillera, a un paso del ascensor. La crónica sobre el diario sobre este taller señalaba: “Muñecas de toda clase y tamaños, hermosamente ataviadas, que en nada se diferencian de la factura extranjera. Además, bebés, payasos de resortes, cabezas de caballo y caballitos de balance, de un modelo fino y perfecto”. La fábrica reunía casi un centenar de operarios que ganaban $3,5 pesos diarias, respecto de lo cual advenía el diario: “Y no se crea que en una labor penosa. No. Labor entretenida, descansada, muy femenina, y también ¿por qué no?- con sus toques de arte y de poesía”. A pesar de la guara, igual hubo tiendas, como G. Gardereau, ubicada en Condell 33-37, que ofrecían un gran surtido de juguetes europeos: trenes eléctricos soldados, carretones, buques de vela, trajecitos, etc.

La tradición de comienzos del siglo XX era que la Sociedad Viña del Mar en el Club de Viña del Mar entregaba tres mil juguetes a los niños pobres. El día 25 en la mañana, uno a uno, los niños de las distintas escuelas de la comuna recibieron un regalo acompañado de confites: “Se repartió juguetes en esta forma a cerca de tres mil niños, y no es para descinto el regocijo que han experimentado esos tres mil pequeños al encontrarse poseedores de la muñeca, del canito del caballo, del fusil o del barco anhelados”, describía El Mercurio de Valparaíso, el 26 de diciembre de 1917. La acción benéfica del Club se unía a la de otras organizaciones como la Sociedad de Protectora de la Infancia, el Ejército de Salvación y el Hospital de Niños. Este último organizó para ese año una jornada de caridad en el puerto ¡PARA LOS NIÑOS POBRES! que reunió la extraordinaria suma de $58.000 pesos el 21 de diciembre de 1917. Una verdadera Teletón de la época que comprometió al puerto en su totalidad: “Todos compran: el marinero, el chofer y ni aun el fogonero del tren de once se escapa a la simpática contribución”. A partir de estos testimonios, queda claro que se trataba de una época donde quienes tenían mayores recursos consagraban el día 25 a los más necesitados. Hoy en día, en cambio, la atención pareciera estar puesta en la formas, buscar eufemismos para no hablar de pobres, por ejemplo, en vez de centrarse en los hechos que puedan, de manera efectiva, mejorar su condición.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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