Los próximos 50 años

2 de Enero 2020 Columnas

En uno de los pasajes más conocidos de su extensa obra, Edmund Burke declaró en 1790 que “la sociedad es un contrato […] no solamente entre seres vivos, sino entre aquellos que están vivos, los que están muertos y aquellos que están por nacer”. La cita resume lo que se conoce como “actitud conservadora”, en especial cuando a esta se la asimila con el reformismo gradual. La relación entre pasado, presente y futuro está, en efecto, en la base del pensamiento burkeano, el cual considera al cambio como una opción legítima y deseable, aunque siempre que no se practique con un ánimo refundacional.
Aquí quisiera detenerme en la última parte de la idea de Burke, es decir, en los que todavía tienen mucho camino por recorrer. Cuando pienso en el proceso constituyente lo hago tomando en cuenta sobre todo a las generaciones futuras. En juego están los próximos cincuenta años; por eso es tan importante participar en el proceso y ser parte de la toma de decisiones.
Por supuesto, esto no quiero decir que los cincuenta años pasados no importen. Muy por el contrario: el porvenir se construye tomando a la historia como eje de partida para la comprensión de lo que estamos experimentando en la actualidad. El punto es que la inmovilidad puede ser una mala consejera en tiempos álgidos como el que atravesamos, y más vale conducir los cambios que subirse demasiado tarde a ellos.

La opción “sí” en el plebiscito ayuda a explicar el argumento. He oído que votar “apruebo” en abril sería equivalente a abrir la puerta a la tan mentada hoja en blanco. Estoy en desacuerdo: decir que “sí” es una manera de reafirmar el valor de nuestra democracia representativa, cuya base de legitimidad debe descansar en una Constitución que sea reconocida y aceptada por todo el espectro (o al menos por aquel que crea en la política como el mejor mecanismo de resolución de conflictos). Se puede votar que “sí”, en otras palabras, y oponerse firmemente a la refundación del país.
Ya he planteado antes que las Constituciones no resuelven las necesidades materiales básicas de los ciudadanos, sino que son hojas de rutas generales sobre cómo se regula una doctrina y organicidad específicas. Pero no debemos olvidar el componente simbólico de toda Ley Fundamental, lo que en este caso remite al origen espurio de la Carta del ochenta. Nos podrán decir que esta ha sido reformada múltiples veces; sin embargo, aquí estamos hablando de ella y empantanados en la discusión sobre el símbolo. Una Constitución surgida de la participación democrática no debería cargar con ese peso; no al menos si lo hacemos bien y pensando en los que todavía están por nacer.

Publicado en La Segunda.

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