Guillier, entre la furia y el desgaste oficialista

28 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Fue quizás la semana más álgida que ha tenido el senador independiente Alejandro Guillier desde que decidió ser presidenciable. En sólo cinco días, logró tener altercados con la líder de la DC, Carolina Goic con su excompañera de labores y abanderada del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, e incluso con una mujer que lo increpó en La Serena.

Como si en un abrir y cerrar de ojos se le hubiera acabado la luna de miel, esa aura de candidato novedoso, alejado de los partidos que aparecía como la gran salvación de la Nueva Mayoría frente a la derecha y que evocaba a la primera campaña de Michelle Bachelet, por allá por 2005.

Esta semana se le vio distinto. Más cansado, más serio y mucho menos conciliador. De hecho, por primera vez en estos meses -al menos de manera pública- perdió la calma que lo caracterizaba y arremetió de chincol a jote, en un viraje en su estrategia donde su norte apareció difuso: embistió contra quienes pueden parecer más cercanas, en vez de concentrarse en el adversario político natural, Sebastián Piñera.

Cuando Guillier critica a Goic por la falta de conducción en su partido, la convierte en una víctima defendida corporativamente lo que hace que incluso quienes dentro de la tienda no están muy de acuerdo con su candidatura (que no son pocos), terminen respaldándola frente a la agresión sufrida.

El senador además pierde de vista -aunque hacia el fin de esta semana parece haberse dado cuenta- que en política todo se paga.

Y alguien que cubrió esta área como reportero y que ahora es parte de ese mundo debería tenerlo claro. En una eventual segunda vuelta necesitará el esquivo voto de la DC y su arremetida no será gratis. Peor aún, en la medida que se acerque la elección, el precio del respaldo en una eventual segunda vuelta será cada vez mayor.

Ese error ya lo cometió la entonces Concertación, en 2009, cuando ninguneó a Marco Enríquez-Ominami y luego pretendió contar con su respaldo para Eduardo Frei. Sucedió antes también, cuando en 1999 la candidatura de Andrés Zaldívar se sintió pasada a llevar por el bloque PS-PPD-PRSD. Más de un mes se demoró Ricardo Lagos en “hacerle cariñito” a los democratacristianos incluso convocando a figuras importantes del partido para hacerse cargo de lugares estratégicos de la campaña. Durante ese mismo mes, el abanderado de la derecha, Joaquín Lavín, hacía campaña con la ciudadanía y se le subía por los talones a Lagos..

Eso no es lo único que Guillier -y su equipo- debiera tener claro considerando que faltan menos de seis meses para las elecciones.

En primer lugar, la dificultad de no estar en la papeleta de las primarias le genera una invisibilidad que no es fácil de sortear. Es posible que esa sea una de las razones que pesó en la decisión de mantener el concepto de postulante independiente, lo que lo obliga a conseguir más de 30 mil firmas. Riesgo innecesario, que sólo tensiona más el ambiente y al abanderado.

Pero además, una situación que mantiene en el horizonte público esta “doble personalidad” que intenta instalar el periodista, pero que no está claro que la ciudadanía entienda. Lo que sí es casi obvio es que esa será una de las frases para horadar su postulación, por parte de sus contrincantes. Ya lo dijo Goic esta semana: “Un día es el candidato de los partidos políticos, pero al otro día es independiente”. Y es la misma duda que le queda al votante.

¿Si es independiente, cómo se entiende que quienes juntan las firmas son los partidos y quien lidera el proceso es un tradicional senador socialista? ¿Por qué hablan por él los presidentes del PS y del PPD? Esa dualidad le pesará al candidato durante toda la campaña pero además -de ser electo- generará una ingobernabilidad difícil de manejar. Como dijo también Goic: “Tengo claro mi objetivo tengo clara mi mirada país. Distinto a eso de vestirse un día de un traje, otro día de otro”.

Esta doble capa del abanderado finalmente redunda en un desgaste innecesario para la Nueva Mayoría, que se transforma en una conformación artificial difícil de mantener unida. Por mucho que sus adherentes sigan considerándola un bloque político unido -con la DC incluida- lo cierto es que su deterioro es evidente, principalmente por la falta de un liderazgo respetado y reconocido por sus miembros, que pueda hacerse cargo de ella. Al final cuando Guillier advierte que no es su tarea alinear a los partidos deja en evidencia una coalición acéfala y con una Democracia Cristiana que a ratos parece más cercana a la derecha que a su conglomerado de origen. Una especie de comienzo del fin para el bloque.

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