El “triunfo” de Chile Vamos

10 de Febrero 2020 Columnas

El 15 de noviembre de 2019, la derecha chilena fue amputada de un órgano vital, forzada por una circunstancia extrema a entregar en bandeja nada menos que la Constitución y lo que ella ha simbolizado en las últimas décadas. Es, sin duda, la máxima concesión realizada por el sector desde el retorno a la democracia, un acto de desprendimiento como ha habido pocos en la política reciente, y que, por razones obvias, dio lugar a un cuadro de tensiones extremas.

En efecto, es fácil intuir lo que ha significado para muchos dirigentes y ciudadanos tener que aceptar el proceso constituyente acordado esa dura madrugada de noviembre; un imperativo impuesto por la violencia y no por el peso de las razones, donde uno de los elementos centrales del acuerdo -la paz- no fue asumido en la práctica por la mayoría de los opositores que lo sellaron con su firma.

Esa circunstancia y la continuidad de los problemas de orden público han llevado a un escenario complejo: hoy, en el amplio espectro de la centroderecha existen sectores y liderazgos que tienen la convicción de que el país de verdad requiere dejar atrás la herencia de divisiones que encarna el actual texto constitucional; otros, en cambio, sienten que es necesario rechazar una agenda impuesta por la fuerza, más todavía en un contexto donde una minoría violenta mantiene de rehén la paz social. Ambas sensibilidades han chocado con fuerza y eso es lo que explica las tensiones de las últimas semanas. Que se cuestione al diputado Mario Desbordes, presidente de RN, por mostrar voluntad de diálogo con sectores de oposición simplemente roza lo ridículo. El dirigente no ha fijado compromisos ni cerrado acuerdos, solo ha participado de un espacio de conversación. Nada que en otro contexto estaría fuera de la más elemental normalidad.

Las tensiones y conflictos están a la vista; lo que permanece en un plano menos evidente es la oportunidad política que esta deriva ha abierto para la derecha, los efectos de un escenario no buscado que, paradójicamente, le están permitiendo ocupar con éxito y legitimidad buena parte del espacio simbólico representado por ambas opciones plebiscitarias. En rigor, los actuales alineamientos aminoran el riesgo de que la derecha pueda aparecer derrotada en el próximo plebiscito. Tener a los presidentes de RN y Evópoli, al alcalde Lavín -probable carta presidencial de la UDI-, a un contingente importante de parlamentarios y alcaldes apoyando la opción Apruebo, neutraliza al final toda posibilidad de que el triunfo de dicha opción pueda ser atribuido exclusivamente a la centroizquierda. Va a ser muy difícil que la actual oposición, en especial el PC y los sectores más duros del Frente Amplio, puedan sentir como propio un triunfo que tendrán que compartir con el líder de RN y con el más probable candidato presidencial de la UDI, entre muchos otros.

La imagen de Camila Vallejo y Karol Cariola celebrando el mismo resultado que Joaquín Lavín, Mario Desbordes y el Cote Ossandón, es de una ironía deliciosa. El problema es que importantes sectores de la derecha no entienden que este proceso constituyente puede terminar siendo un trago todavía más amargo para una izquierda que no concibe que el actual oficialismo tenga un rol protagónico en su resultado, acorde a lo que ha sido su histórico peso electoral. Esa es la razón por la cual dicha izquierda no firmó el acuerdo del 15 de noviembre, cuestiona su legitimidad, y hoy anda preocupada de aspectos tan irrelevantes como escribir las letras AC en el voto.

Si la derecha tiene bien distribuidos sus rostros en ambas opciones y finalmente triunfa el Apruebo, la legitimidad del sector para competir después por los escaños de la convención constituyente será mucho mayor; el escenario de estar todos alineados en el Rechazo, teniendo que asumir una eventual derrota, dejaría a Chile Vamos a las puertas de una debacle histórica. Sin quererlo ni anticiparlo, las circunstancias se han movido en una dirección donde cualquiera sea el desenlace el 26 de abril, la derecha tendrá un capital político y de legitimidad suficiente para afrontar lo que viene después.

Son, en síntesis, las inesperadas paradojas que este tipo de procesos trae de la mano, oportunidades que emergen y se despliegan sin que sus protagonistas las busquen; incluso, sin que estén a veces en condiciones de reconocerlas.

Publicado en La Tercera.

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