El Jardín Botánico

12 de Febrero 2024 Columnas

A lo largo de los cinco años que llevo escribiendo columnas para este diario, pareciera hacerse cada vez más común tener que referirme a las tragedias que suceden en nuestra región. Esto resulta todavía más doloroso cuando eso implica, como sucede en este caso, la pérdida de vidas humanas, seguida por la de animalitos, casas, recuerdos y miles de cosas que se pierden en un incendio como lo ocurrido la semana pasada. Como parte de esto, lo más terrible del incendio del Jardín Botánico fue el fallecimiento de una familia, pero la quema de casi todo el parque será un símbolo y triste recuerdo de uno de los desastres más devastadores del último tiempo.

Digo que es un símbolo porque el Jardín Botánico es de aquellos lugares que ha sido testigo del paso de varias generaciones que disfrutamos de esa belleza y tranquilidad que se podía conseguir ahí.

Recuerdo, en mis tiempos en el Seminario San Rafael de Viña, haber llegado con mis amigos en bicicleta desde El Salto y haber recorrido el parque disfrutando de los saltos y bajadas que uno podía encontrar. La laguna, los patos y las cuevas que estaban cerca. Luego, los paseos de curso, paseos con la familia, cumpleaños y después visitas con mi señora y los niños.

Algunos imaginan que este lugar fue pensado para eso, como un lindo lugar de recreo en un hermoso entorno natural. Sin embargo, el sentido original de los jardines de este tipo es más complejo. Surgió durante la Ilustración y el impulso del racionalismo. El mismo concepto de los jardines, ordenados de forma geométrica -piense en Versalles, por ejemplo-, surge del interés del hombre por controlar, ordenar y someter a la naturaleza a su antojo.

Parte de esta corriente impulsó los viajes de científicos por el mundo. Hombres que iban observando, registrando y recopilando todo cuanto podía ser útil para los europeos. Entre estas cosas, las plantas y sus diversos frutos. De ahí la necesidad de estos espacios. En los jardines botánicos, se podía conocer mejor a estas nuevas especies, cultivarlas y generar un entorno donde pudieran sobrevivir y, por lo tanto, ser útiles a sus propios intereses.

Con el paso del tiempo, la cultura de los jardines botánicos se fue extendiendo por el mundo. En el caso de Chile, un año antes de la abdicación de Bernardo O´Higgins, un decreto de 1822 nombró a Juan José Dauxion Lavaysse como director del museo nacional y del Jardín Botánico de Santiago. Un par de décadas después, la llegada de Claudio Gay fue relevante para el surgimiento de Quinta Normal de Agricultura y de Sociedad Nacional del mismo nombre que perseguía los mismos fines.

El surgimiento de nuestro Jardín Botánico, en tanto, es bastante conocido. Comenzó como un predio comprado por Pascual Baburizza en el estero El Olivar y que luego tomó forma cuando se encargó a Georges Dubois que planificara y ordenara 32 de las 404 hectáreas que eran de Baburizza. Después fue donado a la Compañía del Salitre de Chile en 1931. No era casualidad, el croata había hecho gran parte de su fortuna gracias a este mineral que sirvió como fertilizante en la época de mayor crecimiento demográfico en Europa. En la década del ´50, el jardín pasó a manos del Estado y luego a la CONAF, que es quien lo administra ahora recibiendo miles de visitas cada año.

A pesar de la tragedia, tengo fe en que, en unas décadas más, nuestros hijos estarán jugando con nuestros nietos en un renovado Jardín Botánico. Los padres contarán a sus hijos que hubo una época en que todo esto se convirtió en cenizas. Ellos mirarán con cara de incredulidad a sus padres y seguirán disfrutando de correr por el parque incapaces de imaginar a las tragedias a las que, cada cierto tiempo, nos veíamos expuestos.

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