Construyendo y destruyendo el patrimonio porteño

11 de Noviembre 2019 Columnas

Valparaíso ha sufrido una serie de daños patrimoniales incalculables, incluyendo el cobarde e irracional ataque a El Mercurio de Valparaíso. Lamentablemente, como señaló su director, no es primera vez ni tampoco será la última vez que ocurren este tipo de incivilidades. Aunque sintamos que el país pareciera caerse a pedazos, en perspectiva, está muy lejos de otros acontecimientos vividos en la región como lo vivido en la guerra civil de 1891. Si ahora nos incomodó ver a los militares en las calles, resulta dramático imaginarse a dos ejércitos enfrentados en una lucha fratricida. Las cifras aproximadas de diez mil muertos entre las batallas de Concón y Placilla permiten dimensionar la gravedad de esa crisis y matizar lo que estamos viviendo. Sin minimizar la gravedad de los hechos, resulta triste ver con la facilidad que se destruye el patrimonio que tanto costó crear. Un ejemplo emblemático, el de la Biblioteca Severin que, a fines de octubre, cumplió un siglo de vida. Su inauguración nos permite hacer algunas conexiones con los hechos actuales. Por un lado, el contraste de la prosperidad porteña de 1919 versus lo que se vive actualmente. Por otro, la relevancia de la prensa y el gremio de los tipógrafos en esa época. En tercer lugar, la (des)conexión de los más ricos con los más pobres. Partamos por lo último. Santiago Severín fue un próspero empresario porteño, amasó una gran fortuna gracias a la banca, el salitre y la agricultura. No conforme con eso y frente a las precariedades del momento, decidió retribuir a la ciudad que lo vio nacer, haciendo una obra que favoreciera el desarrollo de la cultura. Aquí es donde entra a jugar un rol protagónico, además, el destacado periodista Roberto Hernández quien arribó a la ciudad luego del terremoto de 1906. Amante de la lectura y de los libros, vio con preocupación cómo la segunda biblioteca pública del país, creada en 1873,

V alparaíso ha sufrido una serie de daños patrimoniales incalera trasladada de un lugar a otro sin un lugar estable. Los nexos entre Severín y Hernández permitieron la concreción de un sueño común: la construcción de un edificio público que sirviera de sede definitiva para la biblioteca. Con este objetivo, se realizó un concurso y se eligió como espacio el terreno donde antes estaba ubicado el Teatro de la Victoria, en la Avenida Brasil. No fue una tarea fácil, tal como lo recuerda Horacio Hernández en una nota sobre el rol de su abuelo como primer director de la biblioteca, que denunciaba prácticas centenarias, como el centralismo: “Si la Biblioteca Nacional de Santiago ha contado para mejorar sus servicios con el apoyo eficaz y continuo del Gobierno, la Biblioteca de Valparaíso se ha visto en bastante desamparo por múltiples causas”, reclamaba en La Unión, 12 de octubre de 1917. Pese a todas las dificultades, el 26 de octubre de 1919, a propósito de la exposición de Artes Gráficas de Valparaíso y luego de tres años de trabajo, se inauguró el nuevo edificio de la biblioteca pública de la ciudad. El motivo para su inauguración no podía ser más adecuado. Valparaíso había sido, precisamente, la cuna de la primera sociedad tipográfica en 1855, que tenía por objetivo actuar como una asociación de socorro mutuo para todos los trabajadores ligados al arte de laimprenta. La exposición era una gran oportunidad para exponer, en este flamante edificio, su arte en la producción de distintos tipos de papeles, grabados, impresiones, fotografía, encuadernación, publicaciones, etc. Por todas estas razones, el mismo diario declaraba orgulloso: “La Biblioteca Pública pasará a ser uno de los mejores edificios de nuestro puerto, y, acaso, el primer edificio público por su condición, por su belleza, y por la significación cultural que tiene”. De distancia, resulta prudente preguntarse qué pasó durante estos 100 años. ¿Qué nos queda de patrimonio? Los edificios patrimoniales que no se caen solos, los destruyen. ¿Qué pasó con la prensa? Hoy nos quedan dos diarios y trataron de ser quemados. Y, por último, ¿dónde están los Severin, Ross o Santa María dispuestos a compartir su riqueza con los más pobres? Parece que todos se fueron a Santiago y olvidaron su responsabilidad social con aquellos que más los necesitaban.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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