Breve historia del humor en la Quinta

22 de Febrero 2018 Columnas

El Festival de Viña del Mar ha logrado, como lo soñó alguna vez el alcalde Gustavo Lorca, poner en la vitrina mundial a la ciudad jardín. Lo que nadie se imaginó es que el evento artístico que, a inicios de la década del sesenta, estaba pensado como un concurso musical, haya terminado derivando en un show en el que la competencia musical y folclórica son, en la práctica, un trámite que, por tradición, hay que cumplir. El gran salto del Festival de Viña del Mar se produjo en la década del setenta, cuando empezó a ser transmitido por televisión, primero a Chile, y luego a otros países como Argentina, México y parte de Europa. Lo que se inició como un festival musical se fue ampliando a un show internacional en el que las rutinas de humor terminaron transformándose en lo más esperado. Al inicio, las rutinas combinaban la parte musical con los chistes, hasta terminar en los actuales “stand-up”. Consecuente con esto, los primeros humoristas eran verdaderos artistas musicales, para no decir músicos frustrados, que combinaban sus imitaciones de cantantes con algunos chistes. Este esquema permitió que personajes como Bigote Arrocet triunfaran en la Quinta Vergara Cuando d chiste no tenía el efecto que se esperaba, la carta bajo la manga era la imitación de estrellas de la época como Julio Iglesias Nicola Di Bari o Al Bano, que tenían un efecto hipnotizador en el público.Junto con esto fue surgiendo el mito del monstruo.

Un público que podía devorar a artistas que no eran de su agrado siendo los humoristas la presa predilecta. Sin embargo, estos han logrado apaciguarlo a través de frases hechas para la galería: saludos a los del cerro, a los que fuman pito, consignas contra los políticos y rosarios de garabatos siguen salvando la vida de algunos. La verdad es que en la práctica, lo de comerse artistas sucede bastante poco, pero el morbo de una mala actuación mantiene con vida su leyenda.

Una breve revisión de las rutinas desde hace cuatro décadas revela algunos tópicos recurrentes de los humoristas: chistes sexuales, chistes sobre una juventud descamada; chistes xenófobos contra los argentinos y bolivianos; sobre gangosos tartamudos o gordos y la burla permanente a los homosexuales, por nombrar sólo algunos.

El público ha cambiado: si antes Lucho Navarro podía hacer delirar a la Quinta imitando ruidos de guerra, hoy en día la rutina requiere de algo un poco más elaborado, un relato que vaya adornado con una serie de chistes cortos y, además, que el humorista sea capaz de reírse de sí mismo. De igual forma, la tolerancia y las modas han generado que los chistes contra las minorías sexuales ya no tengan el efecto de antes. Hoy en día una rutina como la de Hermógenes Conache en la que decía que no iba a imitar más a los homosexuales “porque dicen que la cuestión se pega” es inaceptable.

La mirada sobre la familia, el rol del hombre y la mujer también ha variado en las presentaciones.

Si Diño Gordillo presentaba en 1996 un modelo en el que la esposa aparecía subordinada al marido y éste se vanagloriaba de tener además una amante dos décadas más tarde Natalia Valdebenito cambiaba la historia del humor en la Quinta riéndose de los hombres.

Finalmente, el análisis de los humoristas es una fuente para los historiadores culturales. En especial, porque el éxito o fracaso de aquellos depende no solo de su gracia, sino también de su capacidad para leer los tiempos. Al igual que el buen político el humorista exitoso es aquel que puede interpretar y traducir en una rutina lo que el público siente, vive y finalmente, lo que quiere escuchar. Cuando eso no ocurre, termina siendo devorado, como ocurrió hace poco con Ricardo Meruane: “Gracias gracias, muchas gracias”.

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