Sangría DC

6 de Enero 2017 Columnas

Finalmente, un importante grupo de militantes democratacristianos decidió renunciar al partido. Entre ellos, la ex ministra Mariana Aylwin, el ex subsecretario Clemente Pérez y el ex superintendente Álvaro Clarke. Se suman así a una lista que en las últimas semanas ha incluido también a los ex ministros Eduardo Aninat y Pedro García. Todos, compartiendo públicamente un diagnóstico sobre el estado actual de la colectividad, y la frustración por la falta de voluntad política para hacerse cargo de sus consecuencias.

Como un efecto previsible, esta sangría de militantes y destacadas personalidades públicas es el síntoma de un ciclo terminal, de la caída en desgracia de un partido que en la década de los ‘60 llegó a ser el eje del sistema político, que jugó un rol central en la recuperación democrática y en los años de la transición, pero cuyo desvarío histórico lo tiene hoy condenado a ser un mero apéndice de la izquierda. En el actual gobierno y a pesar de su esfuerzo por marcar ciertos ‘matices’, terminó en la más completa irrelevancia, convertido según la propia expresión del ministro del Interior en ‘arroz graneado’ y siendo tratado como tal.

¿Cómo se explica esta inexorable declinación? No es fácil precisar sus causas, que son muchas y de distinto orden, pero hay una que al menos puede esbozarse: el voluntario abandono de su identidad política; la decisión de privilegiar el acceso al poder y la permanencia en él, por sobre cualquier otra consideración. Fue lo que se hizo después de la histórica derrota de la Concertación en 2010: estar dispuesto a todo con tal de ser arrastrado por la popularidad de Michelle Bachelet de vuelta a La Moneda; aceptar una inédita alianza con el PC sin importarle la condescendencia de ese partido con regímenes donde no existe democracia y se violan los DD.HH.; apoyar de manera entusiasta un programa de reformas sin siquiera leerlo, y votarlas a favor sabiendo que abundaban en serias falencias técnicas y políticas.

El resultado de esta experiencia está a la vista: fue parte del gobierno más impopular desde el retorno a la democracia; terminó obligado a competir en solitario en la última contienda parlamentaria; su candidata presidencial resultó humillada en primera vuelta y vio además disminuir de manera significativa su bancada de diputados. Para colmo, perdió igual el gobierno y ahora debe hacer abandono de sus preciados cargos públicos.

En el futuro inmediato, a la DC sólo le espera una dolorosa travesía por el desierto, sin rumbo conocido. La fractura creciente que estas renuncias representan se volverá un abismo insalvable entre aquellos que prefieren intentar recomponer una opción de centro desde fuera del partido, y todos los demás, que serán de nuevo arrastrados a una componenda utilitaria que incluirá los restos humeantes de la Nueva Mayoría y al Frente Amplio. Es decir, forzada a una alianza todavía más hacia la izquierda y donde lo que quede de la DC pesará todavía menos.

En la carta de renuncia hecha pública ayer por los ahora ex militantes se afirma la convicción de que los actuales dirigentes DC no tienen un sincero propósito de enmendar el rumbo. Es cierto, no lo tienen ni lo tendrán, ya que para eso se requiere una autocrítica profunda respecto a su participación en un gobierno y una coalición que fueron severamente sancionados en las urnas. No hay ni habrá un diagnóstico objetivo de la derrota, entre otras cosas, porque ello supone asumir responsabilidades políticas, que es algo que nadie en el gobierno ni en la Nueva Mayoría está dispuesto a hacer. La manera como insisten en sacar adelante su agenda legislativa da cabal cuenta de ello.

En resumen, no hay vuelta atrás: la DC o lo que quede de ella, sólo estará preocupada en los próximos años de volver al poder, aunque eso signifique recoger las migajas que la muy probable convergencia entre la izquierda tradicional y el Frente Amplio deje en el suelo.

Publicado en La Tercera.

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