Reacciones de una tragedia

16 de Febrero 2021 Columnas

Uno murió en Minneapolis. El otro en Panguipulli. Uno era un delincuente común, el otro era un malabarista. Uno murió ahogado por el estrangulamiento policial, el otro de un tiro de una pistola.

Dos muertes lamentables que se han visto comparadas en estos días. Súbitamente, dos ciudades hermanadas en la tragedia.

Y después de la tragedia, la barbarie. En Estados Unidos incendios y saqueos. En Panguipulli edificios públicos destruidos y en otras partes del país actos violentos. En La Moneda hubo alerta de que el caso de Panguipulli se asimilara al caso Floyd y generara un segundo estallido social.

¿Son comparables ambas situaciones? Aparentemente sí. Pero con diferencias importantes en los hechos y en las reacciones.

Primero los hechos.

El delincuente de Minneapolis murió por asfixia tras haber tenido la rodilla del policía apoyada sobre su cuello por 9 minutos. El malabarista de Panguipulli murió tras recibir un disparo después de haber emprendido contra el carabinero con dos machetes de medio metro.

En el primer caso, no hay duda de que la muerte se produjo por el abuso policial. No hay lugar a interpretaciones. Es evidente el abuso de autoridad. Una muerte totalmente evitable.

En el segundo caso, es discutible. La derecha se cuadró con el carabinero y la izquierda con el malabarista, dando cuenta de un país que ya no admite matices. Pero el caso es más complejo. La discusión no debiera estar en la potestad de un policía de disparar cuando está siendo atacado con dos machetes. La discusión es si todos los disparos fueron en defensa propia o si el último no. Algo que debe ser dilucidado por la justicia. Porque incluso un delincuente, una vez reducido, ya no puedo ser objeto de un disparo.

La discusión se centra, por lo tanto, en el último tiro. La Corte de Apelaciones decretó solo firma quincenal aduciendo que “a la luz de las evidencias disponibles se puede afirmar que el imputado actuó al amparo de la hipótesis de legítima defensa”. Todo parece ser así. Pero la situación deberá ser dilucidada por la Justicia.

Es decir, comparando Minneapolis con Panguipulli, en un caso hay un caso claro de abuso policial y en el otro hay muchas más dudas que certezas. En ambos casos, por cierto, debemos lamentar las muertes.

Segundo: la reacción.

Hechos violentos inaceptables. Como diría Platón, el demos (la gente) transformado en ojlos (muchedumbre). Arrasando lo que estaba al paso.

En Estados Unidos los líderes políticos rechazaron la conducta policial, pero a continuación condenaron -sin excepción, sin letra chica, sin contextualizaciones- la violencia producida. El caso más emblemático fue el de la alcaldesa de izquierda de Atlanta, Keisha Lance Bottoms, cuyo discurso que se volvió viral. “No destruyas. Si quieres cambiar Estados Unidos, regístrate y vota”.

En Chile, en cambio, la presidenta de Revolución Democrática (RD), Catalina Perez, señaló: ”¿cómo quieren que no quememos todo”?, dando por obvia la culpabilidad del policía, extendiendo el acto a una responsabilidad institucional y legitimando la violencia posterior. Triplemente grave.

Y es aquí donde está la clave. Más que en los hechos, en la reacción. O en las reacciones. Este es el problema que ha acompañado a Chile desde el estallido social. La justificación de la violencia. La contextualización de la violencia. La contemplación de la violencia.

El problema es que esas actuaciones, como lo muestra la historia, siempre terminan mal. Ahí radica la urgente defensa de la democracia. Ahí radica la necesidad de discursos como el de Bottoms y no el de Pérez.

Es legítima la crítica a la existencia de control de identidad cuando no hay indicio de un ilícito. Incluso es posible que se justifique refundar Carabineros dada su ineficiencia, su corrupción, su falta de protocolos y su excesiva autonomía. Pero en un país democrático, no es tolerable la condescendencia con la violencia, como lo ha hecho la presidenta de RD. Y como lo ha hecho gran parte de la izquierda desde el 18 de octubre.

Mal que mal, si se quiere cambiar Chile, como dijo la alcaldesa de Alabama hay que llamar a votar y generar mayorías. Y tal vez vale la pena recordar lo que alguna vez Tolstoi dijo: “toda reforma impuesta por la violencia no corregirá el mal: el buen juicio no necesita violencia”.

Publicado en El Mercurio.

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