¿La tercera es la vencida?

11 de Septiembre 2022 Columnas

Lo del domingo pasado fue una paliza. Quizás algo más, pensarán algunos: una puñalada certera y profunda a la Convención y a su texto. Nadie esperaba más de 20 puntos de diferencia entre el Rechazo y el Apruebo. El proceso fue impecable y votaron más de 13 millones de personas, casi el doble que en el plebiscito de entrada. Fue la elección con mayor tasa de participación —86%— desde 1989 (Fernández/Guzmán, Resultados Plebiscito 2022, UDD).

El Rechazo ganó en todas las comunas de Chile —338 para ser exactos—, menos en ocho de la Región Metropolitana y Valparaíso. Según Fernández y Guzmán, el margen del Rechazo fue mayor en las comunas de menores ingresos, en las localidades rurales y en las comunas de alta concentración indígena. Además, el Rechazo ganó en comunas lideradas por alcaldes de izquierda que propiciaban el Apruebo y en aquellas que dieron mayor apoyo al NO en 1988.

¿Por qué este giro? Tendremos que esperar un tiempo, cuando se apacigüen las aguas, para contar con respuestas sólidas. A tientas —y reconociendo que el éxito tiene muchos padres y el fracaso es huérfano—, por de pronto aparecen al menos tres razones: una Convención expansiva y sin foco, un mal texto y vientos económicos desfavorables.

Algunas reflexiones sobre la Convención vienen de uno de sus protagonistas. Agustín Squella, en su reciente libro “Apuntes de un constituyente”, nos confiesa que “se perdió mucho tiempo en hacer puntos o instalar temas, como se decía, tomándose demasiado al pie de la letra el hecho de que es posible hacer cosas con palabras, o sea, que el lenguaje es capaz de construir realidades” (p. 52).

“La incontinencia verbal, dentro y fuera de la Convención —continúa—, fue otro efecto muy visible” (p. 90), “se hizo también presente la idea de que a todos nos deben algo: atención, reconocimiento, apoyo, reparación, visibilidad, justicia, o todo eso a la vez, y nos empeñamos en cobrarlo” (p. 123), y había una “necesidad de expresarse, de mostrar la mayor cantidad de sentimientos posibles” (p. 119). “Andamos escasos de racionalidad” (p. 119), se queja Squella, y luego remata con que “nos dejamos llevar por la chispa instantánea de la inteligencia, o acaso solo de la ocurrencia y el ingenio, en vez de por la pausada racionalidad” (p. 120).

Squella también se refiere a la falta de foco: “¿De qué se trata? —se preguntaba el profesor universitario sobre el proyecto—, porque no podía tratarse de todo, del pasado, del presente, del futuro, de los sueños, de nuestro diario de vida” (p. 61).

Además, en “la Convención se percibía una gran desconfianza en las instituciones (…), por lo que había que dejar todo bien amarrado” (p. 25), de manera que “la nueva Constitución resultó demasiado extensa. Se nos fue de la mano con ella. Más disposiciones de las necesarias y algunas innecesariamente largas” (p. 24).

No hay duda de que tenemos que seguir reflexionando sobre el resultado de las últimas elecciones; sin embargo, es imperioso concentrarnos en los pasos que vienen.

Algunas personas podrían preferir quedar como estamos —luego del natural agotamiento de los últimos meses— y dejar que la actual Constitución se modifique a través del Congreso, en especial teniendo en mente el reciente quorum de 4/7, y amparándose en su artículo 142: “Si la cuestión planteada al electorado en el plebiscito ratificatorio fuere rechazada, continuará vigente la presente Constitución”.

Sin embargo, el principal mensaje de la franja del Rechazo y del discurso de quienes se integraron a sus filas, en especial aquellos que venían de la centroizquierda, fue “esta no, pero sí una bien hecha”. Ese mensaje constituye una promesa que no puede ser defraudada si se quiere afianzar el significado social de todo este proceso (no puede olvidarse la amplia mayoría en el resultado del plebiscito de entrada) y la confianza en la política y la democracia.

Además, es razonable transitar hacia un nuevo texto, para que el actual deje de ser “el fusible a través del cual escape la insuficiencia de la política contingente para resolver las cuestiones que angustian al pueblo” (Evans, EM, 7).

Las fuerzas políticas ya están en marcha. El martes pasado se reunieron todos los partidos en el Congreso (LT, 7). Socialismo Democrático llegó con sugerencias concretas: que se considere el proyecto de Bachelet, que se elija una nueva Convención en noviembre con listas cerradas de partidos, que existan escaños reservados para los indígenas, pero en proporción de sus electores efectivos, y que se conforme una comisión adicional de expertos (LT, 6). Mañana lunes debieran reunirse nuevamente, y me imagino que todos los sectores estarán puliendo sus propuestas.

Necesitamos un nuevo texto constitucional, pero no cualquiera. Uno que sea simple (que se entienda al leer), breve (“lo bueno, si breve, dos veces bueno”, como dice el refrán, lo que resulta especialmente exigible para uno que, no obstante las divergencias, debe concitar un amplio acuerdo), que tenga en cuenta el pasado, y que mire al presente y al futuro (tanto el espejo retrovisor, el parabrisas y el mapa) y, por sobre todo, jurídicamente impecable.

Lo necesitamos ahora. La oportunidad es esencial y la incertidumbre prolongada solo puede contribuir a deslegitimar nuestras instituciones, así como desincentivar el desarrollo económico que se requiere para financiar los derechos sociales, más si pronostica un temporal financiero a futuro.

Termino con tres sugerencias. Primero, hay que partir de un texto concreto —un punto focal— y el borrador de Bachelet pareciera ser un buen candidato. Segundo, menos es más: ojalá que el número de nuevos constituyentes sea limitado y que ellos estén vinculados a listas de partidos, emulando más al Senado que a la Cámara de Diputados. Por último, asegurarse de contar con expertos y desinteresados asesores, que tengan, además, experiencia práctica, procurando que sean ellos los que efectivamente redacten.

Los políticos profesionales tienen la palabra y la responsabilidad de asegurar que el nuevo proyecto sea aprobado con un amplio respaldo ciudadano y se cumpla eso de que “la tercera es la vencida”.

Publicada en El Mercurio.

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