En otra galaxia

28 de Mayo 2017 Columnas Noticias

La vez anterior, el gobierno de Michelle Bachelet convenció al país de la necesidad de abrirse finalmente a votar por la centroderecha, poniendo término a 20 años de la Concertación en el poder. Ahora, una nueva administración de Bachelet no solo corre el riesgo de hacer ganar a dicho sector por segunda vez en menos de una década -un milagro histórico-, sino de terminar también con su coalición destruida, socavada por la inédita competencia entre dos candidaturas presidenciales.

Pero a La Moneda todo esto pareciera tenerla sin cuidado: siguió adelante con un programa de reformas impopulares, no intentó nada relevante para sacar a la inversión y al crecimiento de su actual estado de ‘coma’ y no hizo esfuerzo alguno por rectificar el rumbo. El año pasado, cuando los dirigentes oficialistas le pedían a coro un cambio en la conducción política, la Mandataria optó por dejar las cosas tal cual, como si el destino de su coalición no le importara, o de verdad creyera que dicho destino no estaba ligado a los efectos de sus acciones.

Ahora las consecuencias están a la vista: un gobierno que al final no logró dejar atrás enormes niveles de desaprobación, con una economía que jamás vio llegar los tan anunciados ‘brotes verdes’ y una Nueva Mayoría que, para sus propios integrantes, simplemente dejó de existir. En síntesis, un fracaso político absoluto, del que increíblemente Michelle Bachelet y su administración no asumen la más mínima responsabilidad. Al contrario, siguen hasta hoy viviendo en una especie de realidad paralela, intentando convencer al país de supuestos ‘éxitos’ de gestión que no resisten ninguna evidencia.

El descarnado enfrentamiento de esta semana entre Carolina Goic y Alejandro Guillier fue de antología. En rigor, un nivel de descalificación no visto para dos candidatos supuestamente oficialistas, que se olvidaron por completo que su real adversario es el representante opositor que encabeza todas las encuestas. Una pérdida de brújula que solo vino a confirmar el grado de descontrol y nerviosismo de todos aquellos que, en las actuales circunstancias, se sienten al borde del abismo. Pero el gobierno está en otra: paralizado por el derrotismo, tratando de sacar con fórceps proyectos de ley clave como el de educación superior y la elección de intendentes, para los que no tiene acuerdos mínimos, mientras cuenta resignado los días y las horas para llegar a la orilla.

En definitiva, un gobierno que se siente ‘espectador’ frente a la crisis de su coalición; una crisis como no ha tenido otra desde el retorno a la democracia, y entre cuyas principales causas se encuentra un entorno presidencial con un diagnóstico completamente equivocado de la sociedad chilena, que a problemas reales propuso soluciones llenas de ideología, carentes de rigor técnico y, sobre todo, de una buena gestión política. Un gobierno que llegó con la pretensión de hacer cambios refundacionales, y que terminó socavando las bases del desarrollo que el país había logrado en las últimas décadas; una coalición que tuvo la ingenua ilusión de encarnar a una ‘nueva mayoría’, y que hoy concluye teniendo que administrar el ocaso de la histórica convergencia entre la DC y la izquierda.

En este cuadro, no es difícil entender que Michelle Bachelet y su equipo de gobierno hayan optado por irse hace tiempo a una galaxia muy, muy lejana…

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