Debate sin alma

1 de Octubre 2017

“La política es un juego de sumas y restas, de divisiones y multiplicaciones. Un buen político es aquel que saber sumar y multiplicar. Un mal político es aquel que divide y resta, aquel que en lugar de construir destruye”. Con esas palabras, dos investigadores de la Universidad de Guadalajara, Andrés Valdez y Delia Huerta, explicaban el porqué Barack Obama había logrado convertirse en presidente de Estados Unidos, hace casi una década.

Obama no solo sumó y multiplicó votos. Su mayor logro fue aunar la esperanza de un pueblo marcado por la desilusión y encarnar la capacidad de soñar del votante, ponerle alma a una política que la había perdido.

Diez años después de esa campaña y algunos miles de kilómetros de por medio, en Chile los candidatos a la presidencia no han logrado ni siquiera acercarse emocionalmente al votante. Mucho menos hacerlo soñar. Y el debate que protagonizaron el jueves en la noche fue una muestra de aquello.

Comenzando con lo positivo de este primer encuentro en el que participaron los ocho abanderados, la puesta en escena estuvo impecablemente organizada. La elección de los periodistas fue adecuada, aunque como se ha dicho hasta el cansancio, faltaron mujeres. El lugar escogido, el salón de honor del Congreso Nacional, le dio un aire republicano que hace tiempo no se veía, y los comunicadores encargados de preguntar hicieron un buen trabajo, con cuestionamientos al callo desde el primer momento (partiendo por la interrogación a Marco Enríquez-Ominami, por su formalización en el caso SQM).

Pero el inicio republicano no duró mucho. Apenas se mantuvo hasta que el postulante de la Unión Patriótica, Eduardo Artés, abrió la caja de Pandora de las frases rimbombantes y sin contenido, cuando dijo que allí, en la sede legislativa, olía “a corrupción”. Le estaba hablando a su gente, por lo que las frases mesiánicas y refundacionales (como decir que se requería una democracia inventada por Chile, para salir al paso de si quería emular el sistema de gobierno venezolano, cubano o norcoreano), tenían sentido. Al menos en medio de su soledad, en la que intentaba referirse a sus contrincantes y ninguno de ellos le contestaba. Era como el niño al que nadie le habla en el curso.

Ritmo hubo poco. Confrontación menos. Marco Enríquez-Ominami también intentaba que alguno de sus contrincantes picara, pero nadie le contestaba. El ex diputado fue el que mejor se preparó para el “evento”, pues no sólo llegó con una barra que superaba en el aplausómetro a cualquiera de los otros candidatos, sino que además –según contaba al día siguiente el periodista Iván Valenzuela, moderador del espacio- al llegar preguntó cuál era su cámara y cómo sabía cuándo lo estaban enfocando. Sin embargo, apostó a la victimización constante y a intentar vestirse con un ropaje que no le queda. Al decir que es “el único candidato menos cercano a los poderosos”, deja en el olvido que es tercera vez que postula, que lleva al menos 15 años en política y que ya no es novedad. Hace rato está cerca del poder. Solo que no logra alcanzarlo.

La jornada en realidad estuvo reservada para la disputa entre quienes creen que pueden tener alguna opción de llegar a la segunda vuelta y eso se percibió constantemente en las respuestas de la candidata del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, que se veía tensa y no tenía mucho contenido que poner en sus respuestas. Y su contrincante de la Fuerza de la Mayoría, Alejandro Guillier, que aparecía más relajado ante las cámaras, pero cuidaba tanto sus palabras, que parecían dejar de tener sentido. Por ejemplo, cuando se refirió a la asamblea constituyente. La quiere, pero no tanto.

Sebastián Piñera parecía más tenso de lo normal, incómodo con preguntas como su reciente vinculación al caso SQM en la campaña pasada, aunque era un cuestionamiento que obviamente le iban a hacer. Su puesta en escena fue parca y lejana, demostrando lo que ya había dicho antes del encuentro: no quería estar ahí, posiblemente porque es el que menos tenía que ganar con la discusión.

Finalmente, la noche estuvo marcada por temáticas obvias, sin salidas de libreto y dejando nuevamente a las regiones invisibilizadas en las propuestas. Era un debate necesario, pero tuvo poca novedad y cero conexión emocional con el votante. Se trató de una conversación poco fluida, donde los candidatos hablaron con palabras, pero sin alma.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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