Bala de plata

1 de Abril 2019 Columnas

Las reformas del gobierno enfrentan un escenario crítico, sin mayoría política que las respalde en el Congreso y con una oposición que, más allá de los eufemismos, tiene claro que hacer fracasar a Sebastián Piñera pasa por impedir la aprobación de sus principales proyectos. Creer que en el actual ciclo político es posible privilegiar “los grandes acuerdos”, pensando en “el bien superior de la Patria” es simplemente no entender lo que hoy está en juego, más aún cuando, al menos en materia tributaria y laboral, el Ejecutivo busca echar atrás reformas emblemáticas de la administración anterior.

Las evidencias de este momento crítico llevaron al Presidente Piñera a tomar una drástica iniciativa: convocar a los presidentes de las fuerzas opositoras a reuniones “bilaterales”, con el objetivo de destrabar las negociaciones y mejorar el clima político. Una jugada que apunta en la dirección correcta, pero que en sí misma no asegura un buen resultado, teniendo además riesgos innegables.
Sin duda, la decisión de juntarse con los líderes de la oposición tomó por sorpresa a la coalición oficialista, a sus parlamentarios y a buena parte del gabinete. Forzó a su vez un brusco movimiento en las condiciones en que se estaban discutiendo los proyectos, cambió al interlocutor principal y, lo más delicado, impuso una inevitable sombra de duda sobre la real capacidad de sus ministros para llevar las negociaciones a buen puerto. En rigor, si el presidente debe intervenir de la manera en que lo hizo, conversando a solas con los líderes de la oposición y con sus propios colaboradores detrás de la puerta, parece obvio que el gobierno tiene un serio problema de interlocución política. Si las cosas estuvieran funcionando bien y las gestiones del equipo de gobierno mostraran buenos resultados, este paso no habría sido requerido.

Además, la decisión puso en juego la que se supone debiera ser siempre la última instancia –ojalá innecesaria- en el curso de una negociación ya difícil y de resultado incierto. En un régimen presidencial la intervención directa del Mandatario es siempre una “bala de plata”, el último recurso para destrabar una situación compleja y, en este caso, se utilizó con todas las reformas aún por delante. Partiendo además de un diagnóstico dudoso: que la oposición tiene de verdad interés en llegar a acuerdos, o que va a pagar grandes costos si no lo hace. Bien pudiera ser lo contrario: que una oposición que carece de unidad y de proyecto hoy solo exista para bloquear a Sebastián Piñera; y que no va a pagar ningún costo en su electorado al hacerlo, ya que es el único factor que lo congrega y lo motiva.

El gobierno ha decidido jugarse anticipadamente su última carta, con la intención de mejorar el escenario para la negociación de sus principales proyectos. La gran interrogante es qué viene después si esta jugada decisiva no consigue al final prosperar.

 

Publicado en La Tercera.

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