En el marco del convenio de Colaboración, que existe desde 2017, entre el Museo de Historia Natural de Valparaíso y la UAI, el profesor de Artes Liberales, Alfredo Palacios, desarrolló un artículo de investigación que busca recuperar la memoria histórica del terremoto que en agosto de 1906 sacudió fuertemente a la ciudad de Santiago y arruinó al puerto de Valparaíso con el fin de proyectar una rápida respuesta frente a un evento que se volverá a repetir en el tiempo.
Recordando un aciago suceso: el terremoto de agosto de 1906
“El jueves 16 de agosto de 1906, y cuando el reloj marcaba las 19:55, un fuerte y prolongado ruido “que se extendía de norte a sur y de occidente a poniente”, llevó la alarma a todos los habitante de Santiago que a esa hora se retiraban a sus casas, o ya estaban sentados a la mesa (Ried, 1956). Acto seguido, el suelo comenzó a balance con una violencia extraordinaria, por lo que muchas personas creyeron que “la tierra se iba a abrir en hondos y largos surcos”. Incluso, los más acongojados, pensaron que la ciudad se derrumbaría por completo (Ojeda, 1986).
Ahora, si bien los estragos que este terremoto causó en la capital fueron cuantiosos, no pueden ser comparables en nada con los que sufrió el puerto de Valparaíso. A partir de los datos, testimonios e informes técnicos que disponemos, podemos decir que en esta última ciudad el sismo “principió bruscamente a las 19 horas 58 minutos 36 segundos, sin ruido previo y con una fuerte oscilación de norte a sur” (Bustos, 1931). Por la hora, y por la persistente lluvia que caía, eran pocas personas transitaban por las calles porteñas cuando se desencadenó el cataclismo, por lo que el grueso de los habitantes de Valparaíso, al sentir que las oscilaciones se intensificaban, y al ver que la luz eléctrica “se había extinguido”3, salieron despavoridos de sus casas a la espera del cese de los remezones; sin embargo, esto nunca ocurrió. Ciertamente, a las “20 horas, 7 minutos 26 segundos” (Bustos, 1931) se reanudó el fenómeno tomando las proporciones de un verdadero cataclismo. Los “dos minutos” (Ugarte, 1910) que duró este segundo y violento movimiento, llevó tanto a los porteños, como a los residentes de las zonas costeras próximas a Valparaíso, a creer que el “fin del mundo” estaba cerca (D’Halmar, 1975).
Esa noche, toda la población porteña pernoctó en las calles por medio a nuevos temblores y derrumbes y, cuando “por fin” amaneció, se pudo apreciar el lamentable estado de la ciudad”.
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