La cultura por el No: Superman y escenarios divididos

2 de Octubre 2018 Investigación Noticias

Artículo 2. Autora: Karen Trajtemberg, profesora de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo UAI.

Gran parte de los cantantes, actores y poetas apoyaban la opción del No y aportaban para convocar a la ciudadanía, como el vocalista del grupo Congreso, Francisco Sazo, y la actriz Consuelo Holpzafel. Arriba de camiones y escondiendo a Romeo, se las arreglaban para respaldar una causa que consideraban justa. Aunque tuvieran temor y sufrieran, hasta último momento, amenazas desde lo más profundo del régimen.

“En todas las esquinas, viva la libertad”, dice una de las canciones más conocidas del grupo musical Congreso. Y eso es precisamente lo que recuerda su vocalista, Francisco –Pancho- Sazo, de lo que sucedió tras el plebiscito: libertad.

En la década del ’70 y ’80, el mundo de la cultura había sido golpeado fuertemente por la dictadura. El denominado “apagón cultural” había dejado a gran parte de la población alejada de las manifestaciones artísticas, aun cuando el mismo Sazo advierte que todo seguía coexistiendo, solo que alejado de los grandes públicos y más ligado al underground, tanto en la V Región –donde todavía reside parte de la banda- como en Santiago.

“Hubo un apagón cultural, pero a nivel popular había una serie de ríos profundos, como diría Neruda, invisibles, donde había teatro callejero, estaban las ‘Yeguas del Apocalipsis’ (performance artística encabezada por Pedro Lemebel y Francisco Casas), los poetas, los músicos haciendo sus cosas también, los actores”, cuenta Sazo.

Lo mismo recuerda la actriz Consuelo Holzapfel (quien además participó de la franja del No y luego también en la película del mismo nombre): la cultura estaba ahí, solo que en lugares donde los artistas podían trabajar con algo de tranquilidad, la que ciertamente se veía comprometida por los interventores designados por el régimen para evitar palabras como “desaparecido” o lograr que en Romeo y Julieta el enamorado protagonista nunca fuera “desterrado”, concepto prohibido también.

Sin embargo, ambos coinciden en que a partir de 1985, hubo cierta apertura que permitió que existiera “un gran despegue cultural a partir de las protestas” y trabajar con un nivel de tensión menor al que habían sentido en los años previos. Aun cuando el temor “siempre estaba presente” y a ratos todavía coexistían con las llamadas telefónicas amenazantes, los rayados en los autos y los neumáticos rajados.

De hecho, Sazo recuerda que Congreso ensayaba en distintas ciudades de la V Región –en Quilpué, Viña del Mar y Valparaíso- y que “había que ser muy cuidadoso con el grupo, con uno mismo y también por el público, era bien delicado”. Sin embargo, el agradecimiento del “aperrado” público que los seguía –dice- le permitía sobrellevar el miedo que le producía, por ejemplo, cuando lo amenazaban con dañar a sus hijos. Eso y los garabatos que gritaba hacia el otro lado del teléfono, que lo desahogaban.

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