Wheelwright y el emprendimiento

20 de Mayo 2024 Columnas

Esta semana, la Fundación Buen Puerto me invitó a dar una charla para jóvenes emprendedores porteños en la que debía dar cuenta de algún caso que pudiera servir de inspiración para personas que quieren aportar a la región.

Haciendo una revisión de la historia de Valparaíso quizás el caso más extraordinario sea el de un extranjero, William Wheelwright. Nacido en 1798 en Newbury Port, un pequeño puerto del estado de Massachussets, creció mirando la llegada y salida de los barcos. Pasaron apenas 12 años para que ingresara a la marina siendo apenas un niño.

Desde Newbury recorrió el mundo y por esas casualidades de la historia, cuando tenía 23 años, terminó naufragando frente al puerto de Buenos Aires. Una desgracia se transformó en oportunidad. Desde ahí se embarcó como sobrecargo rumbo a Valparaíso para cambiar la historia.

Wheelwright llegó a un puerto cuyo desarrollo estaba aún en ciernes. Hay que imaginárselo lleno de ambulantes vociferando sus productos, fétido, mal cuidado, con delincuencia, etc. En realidad, no hay que esforzarse mucho. La gran diferencia estaba en el movimiento portuario que empezaba a generarse en torno al muelle a través de barcos que llegaban de Europa y casas comerciales que distribuían sus productos.

El estadounidense vio de inmediato todo el potencial que tenía esa ciudad para desarrollar un circuito económico que traería enormes beneficios a la ciudad y al país conectando Valparaíso con Panamá.

El crecimiento de este intercambio comercial estaba limitado por las restricciones tecnológicas, como tener que depender de veleros sometidos a los caprichos del viento. Sin embargo, la introducción del vapor cambió el panorama y Wheelwright intuyó que ahí estaba el futuro. Así se produjo la fundación de la Pacific Steam Navigation Company y la adquisición de sus dos joyas, los buques de vapor Chile y Perú.

Las páginas de El Mercurio de Valparaíso registraron el recibimiento con tres balas de salva que tuvieron al momento de su arribo al puerto el 16 de octubre de 1840. Varias lanchas, decía el diario, salieron a su encuentro, muchas de ellas llenas de curiosos que querían ver de cerca a esos buques que se movían sin remos ni velas.

Era tan inédito este invento, que el gobernador de Cobija confundió el humo y emitió un parte informando que había visto un buque quemándose y que mandó en su ayuda a unos remeros, pero que fue imposible alcanzarlos. Terminaba la nota encomendando a Dios a las “víctimas”.

La República de Buenos Aires destacó: “Vimos por la primera vez al señor Wheelwright en Valparaíso el día que entraron a aquel puerto en medio del asombro y entusiasmo de cuatro mil almas que desde la cúspide de los cerros, que circundaban la bahía, hasta el borde de la plaza, presenciaban la entrada de los primeros dos vapores (…) El señor Wheelwright, desde la toldilla del vapor Chile, saludaba, sombrero en mano, a aquella delirante concurrencia”.

La empresa del estadounidense no solo implicó conseguir los recursos, sino además los permisos, concesiones, traer lo busques y, después, obtener carbón para abastecerlos y generar un circuito en torno a ellos. Todo esto, sin un peso del Estado.

Digo esto a propósito de que el gobierno ha sido noticia por cientos de proyectos que están detenidos por falta de permisos que impiden la acción de los privados y que mantiene congelada la inversión de millones de dólares. A Wheelwright nada le resultó fácil, pero tampoco imposible. Luego de los vapores, vino el carbón, los ferrocarriles, la electricidad, etc.

Sería interesante hacer el ejercicio de cuánto se habría demorado el estadounidense en llevar a cabo su empresa en el Chile del siglo XXI. Un emprendimiento que no solo lo favoreció a él, sino a miles de personas que se beneficiaron con sus éxitos, tal como quedó demostrado al revisar su historia y el desarrollo de Valparaíso en el siglo XIX.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso. 

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