Valparaíso, el estado clave

9 de Noviembre 2020 Columnas

“¿Se imagina usted que una elección presidencial en Chile se decidiera por lo que ocurre en San Vicente de Tagua Tagua, Valdivia o la región de Antofagasta?”. Con esa pregunta, planteada en el diario La Segunda, el abogado James Channing abre la posibilidad de interiorizarnos en el sistema eleccionario de los Estados Unidos y reflexionar sobre sus posibilidades en Chile.

En Norteamérica, el voto es indirecto. Las elecciones las decide el Colegio Electoral, un grupo de representantes elegidos por lo ciudadanos en cada estado y que son los encargados de votar por el presidente en este país. Aunque nos parezca inédito, la Constitución de 1833 también establecía un sistema de elección presidencial a través de representantes, lo que se prestaba para innumerables fraudes, por lo que fue modificado.

Volviendo a Estados Unidos, el partido ganador se lleva todos los votos de cada estado y los electores deben votar a favor del candidato que marcó la mayor cantidad de preferencias. Al ser 538 electores, divididos en proporción al número de habitantes de cada estado, para ser presidente de los Estados Unidos se necesita tener la mitad más uno, que, en este caso, corresponde a 270 electores.

El sistema, no obstante, resulta injusto por dos motivos. El primero, da lo mismo si un candidato tiene mayor cantidad de votos directos, lo que vale es el resultado del colegio electoral. Un buen ejemplo ocurrió hace algunos años: Hillary Clinton obtuvo casi tres millones más de votos que Donald Trump, pero perdió en el Colegio Electoral, donde solo obtuvo 227 votos contra los 304 de Trump. Lo mismo le sucedió al demócrata Al Gore contra George W. Bush.

Algo similar ocurría en Chile con la Constitución de 1925: “Si el escrutinio no resultare esa mayoría, el Congreso pleno elegirá entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas”. En las elecciones presidenciales de 1970, el Congreso, por ejemplo, ante la estrechez de votos entre Salvador Allende y Jorge Alessandri, podría haber decidido a favor del segundo, aun cuando haya tenido casi 40 mil votos menos.

El segundo problema de este sistema es que, dentro de un estado, aunque con una pequeña diferencia, un gran sector pierde la representación de su voto, al momento que todos estos se los lleva el partido ganador.

Pese a estas particularidades y lo compleja que ha sido esta última elección, Jon Biden ha señalado: “A veces la democracia es complicada, a veces se necesita un poco de paciencia. Pero esa paciencia se ha recompensado durante 240 años con un sistema de gobierno que es la envidia del mundo”.

La afirmación de Biden tiene algo de cierto. Estados Unidos nunca ha tenido una dictadura, quizás, porque antes de que esto ocurriera, los presidentes “molestos” han terminado siendo asesinados. De hecho, Norteamérica registra el crimen de cuatro presidentes a lo largo de la historia. Los más famosos, Lincoln en 1865 y Kennedy en 1963. Otros nueve, en tanto, fueron víctimas de atentados fallidos, siendo el de R. Reagan el más reciente en 1981.

Retomando la pregunta inicial, aunque el mismo Channing reconoce que, pese a los beneficios que tendría un modelo que promueve la descentralización y la posibilidad de que estados pequeños participen en la mesa de negociaciones, sería impracticable en Chile.

En esta línea, vale la pena agregar que cuando el federalismo intentó aplicarse en nuestro país, entre 1826 y 1827, imitando a Estados Unidos, fracasó por el peso natural que tenía la capital sobre el resto y la incapacidad de las ocho provincias para sostener un aparato administrativo propio.

A esto se agrega un problema a nivel estructural: un sistema de educación centralizado, una visión de la historia nacional, donde aparece Santiago disfrazado de Chile, y una prensa concentrada en la capital que pareciera hacer imposible, a nivel mental, que los habitantes puedan comprender la realidad a partir de su región.

Esto no impide que podamos tomar algunas de las virtudes de un sistema que favorece la descentralización. Por ejemplo, cuando haya que elegir a los miembros de la asamblea constituyente o retomando, en una nueva Constitución, cuestiones tan sencillas como la obligación de que los senadores sean de la zona. Volviendo a la pregunta inicial, aunque suene utópico, sería interesante generar un sistema en el que, algún día, regiones como Antofagasta, Maule o Valparaíso decidan una elección.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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