Un magma incierto

13 de Junio 2022 Columnas

Hace ya varios años, para la elección parlamentaria de 2017, la entonces candidata Carolina Marzán (PPD) advertía en una entrevista la preocupación que le generaba la poca educación cívica que veía en Chile, lo que se manifestaba, por ejemplo, en que, a solo unos días de la jornada electoral, muchos de los ciudadanos ni siquiera sabían que tenían que ir a votar. Ese año, la participación llegó a 46% en primera vuelta.

Es decir, menos de la mitad del padrón habilitado concurrió a las urnas, en una tendencia que se ha mantenido desde que se instauró el voto voluntario en 2012 y que solo se ha visto alterada sustantivamente para el plebiscito de 2020, en el que se alcanzó poco más del 50% de votantes. Cuando faltan poco menos de tres meses para la consulta en la que se definirá si se aprueba o no la nueva Constitución, el escenario es algo más complejo, por cuanto el voto será obligatorio y ya esta semana el Servicio Electoral dio a conocer que las personas que deberán acudir a las urnas serán poco más de 15 millones.

Aquello genera una importante complejidad, precisamente respecto de cómo se informará a esa gran cantidad de personas sobre la importancia de la jornada, la obligatoriedad del voto y el contenido de la propuesta constitucional, de manera de lograr una votación realmente a conciencia.

Por lo pronto, los pronósticos son bastante poco acuciosos y en realidad se parecen más a una predicción de Yolanda Sultana que a un estudio acabado, pues no permiten siquiera imaginar cómo se va a comportar un grupo que dobla al que habitualmente ha participado de la vida política del país y que, por lo mismo, nadie sabe qué piensa.

Los análisis que se hacen son poco certeros y no dan cuenta de ese tremendo universo que compone la mitad del padrón y que va a votar en esta ocasión, muchos incluso por primera su vida. La última encuesta CEP, publicada esta semana mostró que apenas un 25% de los consultados está por aprobar el nuevo texto y una cifra similar (27%) lo rechaza. Pero un 37% asegura que aún no ha decidido qué hará.

El problema es que estos números -más allá de visibilizar que efectivamente el escenario es inciertotampoco dan cuenta de este nuevo y numeroso grupo, que no ha participado en los últimos diez años o, derechamente, nunca. Algunos analistas han planteado que para el plebiscito podría repetirse un resultado similar al de la segunda vuelta de 2021, cuandose enfrentaron Gabriel Boric (55%) con José Antonio Kast (44%). Sin embargo, una apuesta así desconoce que un número importante apoyó al actual presidente para evitar que el líder republicano liderara el país y considera, además, que la mitad del padrón que no votó en esa elección se comportará de la misma manera que quienes sí lo hicieron.

Tampoco está claro qué harán los sectores políticos sobre los que habitualmente había algo de certeza. ¿Cómo se comportará la ex Concertación más moderada, que no está a favor completamente del texto resultante, pero tampoco -por tradición, historia e ideología- está por el rechazo? Otra incógnita es cuánto influirá el tipo de campaña que se realice y el interés de los votantes por informarse en profundidad y no solamente a partir de los eslóganes y jingles que comiencen a sonar. ¿La derecha reincidirá con la campaña del terror que no le ha funcionado durante los últimos 30 años o intentará una apuesta más convocante e incluyente? Al menos hasta ahora ha habido algunos acercamientos interesantes, como no hablar de “Rechazo” (que en sí es un concepto negativo) y cambiar a “No apruebo”, o plantear una puerta de salida intermedia, abriéndose por primera vez a una reforma importante del texto actual desde el Congreso. Esta necesidad de convocar más que asustar también vale para el Frente Amplio y el PC.

Cuando los ministros Camila Vallejo y Giorgio Jackson plantean que, si no se aprueba la nueva Carta Fundamental, las reformas del gobierno no se podrán realizar, esbozan también una especie de chantaje emocional sobre la ciudadanía. En el fondo, más que esperar que la gente reaccione “por la razón o la fuerza”, en esta ocasión -quizás mucho más que en las anteriores- es extremadamente importante que la campaña se haga desde la educación cívica, como planteaba Marzán, con un proceso más informativo que propagandístico, para que ese inmenso magma de ciudadanos a los que no les interesa sufragar, al menos sepan que deben hacerlo y puedan tomar la mejor decisión de acuerdo a lo que esperan para el país y para sí mismos. Lo que, por cierto, nadie puede adivinar.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso

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