Un iceberg chileno en Sevilla

13 de Octubre 2019 Columnas

El día sábado 12 de octubre, se conmemoró otro aniversario del arribo de Cristóbal Colón a América. Antes se hablaba de descubrimiento, pero en la actualidad, el término ha quedado archivado como un testimonio de la mirada eurocentrista que primó durante siglos.

Si hoy en día la atención está puesta en los 500 años del paso de Hernando de Magallanes por el Estrecho que lleva su nombre, hace casi treinta años, el objeto de atención estuvo puesto en el cumplimiento de los cinco siglos de la llegada de Colón a América.

Por esta ocasión, en 1992, Sevilla se transformó en la sede de un evento de carácter mundial. Los países tenían la posibilidad de tener un stand y reunir en él la muestra más representativa de su nación, presentándose un total de 110 países. No obstante, para el caso de los países americanos, estaba la opción de ser parte de un mismo pabellón, opción que el nuestro rechazó.

Y esto, porque para Chile, era la oportunidad de reinsertarse en el mundo, en especial en Europa, luego de años marcados por el aislamiento internacional y el estigma de la dictadura que gobernó por 17 años.

Con Augusto Pinochet aún presente en la escena política, urgía buscar un símbolo apolítico que fuese lo suficientemente poderoso como para que un turista se interesase por ingresar a un pabellón que tenía el poco atractivo nombre de Chile.

Entonces, alguien se acordó que tenemos reservada una parte del territorio antártico y que podíamos aprovechar la ocasión para rescatar un pedazo de iceberg y trasladarlo al otro lado del mundo, un desafío tan ambicioso como extraordinario.

 Si el proyecto del iceberg no funcionaba, el plan B podría haber sido exponer en el lugar del iceberg a Iván Zamorano que, por esas suertes del destino, ese año comenzaba a cimentar su fama a base de goles en el cuadro del Sevilla, lo que le valió la contratación al Real Madrid por seis millones de dólares, la mitad de lo que costaba el stand de Chile.

Paradójicamente, el esfuerzo del gobierno de Chile era una oportunidad única para que miles de europeos pudieran ver algo que, aunque supuestamente representativo del país, nunca iba a ser visto por la mayoría de los chilenos.

No era lo único. El recorrido del stand se iniciaba con un túnel de ruidos de Chile, mientras las imágenes de Lautaro y Bernardo O’Higgins daban la bienvenida. Además del iceberg, destacaba una obra de Roberto Matta, avaluada en casi un millón de dólares.

Hay que entender el contexto de la época. Pese a que las barreras políticas habían sido derribadas, internet todavía no existía, y la única posibilidad de conocer otras realidades era por medio de la radio, los diarios y revistas y la televisión, además, por supuesto, de los viajes.

Frente a estas limitaciones comunicacionales, los chilenos nos convencimos, a través de los noticiarios nacionales, que el pabellón de Chile era el mejor de todos. Después de casi treinta años, podemos desconfiar de esta versión.

 Haciendo un balance de la participación de Chile en la feria de Sevilla y su iceberg, nos podríamos escudar en que durante esos años nadie discutía sobre el calentamiento global, pero lo cierto es que la idea no era tan novedosa. Suiza quiso levantar una torre de hielo, pero desistieron ante el alto costo energético de tener que mantener los menos de 4 grados que se requerían para que no se derritiera, frente a una feria que en el exterior podía llegar a los 40 grados.

Aunque claro, en 1992, no había ninguna niña que cuestionara a los adultos ni nos condenara por haber arruinado su infancia, por esto mismo, valía la pena sacrificar un poquito al planeta a cambio del lucimiento nacional. ¿Y si tuviéramos que repetir una muestra el 2022? Un iceberg derretido sería un símbolo de lo que le ha pasado a nuestro planeta, pero no muy representativo de Chile ¿Un moai? No creo que el pueblo rapanui esté de acuerdo ¿Un indio pícaro? Muy sexista, ordinario y racista ¿Vidal junto a Bravo? Aún no hacen las paces. Bueno, queda un par de años para seguir pensando.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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