Todo era un espejismo

15 de Marzo 2020 Columnas

30 años han pasado desde que Patricio Aylwin se terció la banda presidencial y comenzó la transición a la democracia, después de 17 años de dictadura, en un país que miraba el futuro con una esperanza a toda prueba, con ojos grandes, cual niño que tiene ante sí una tremenda juguetería, y con fe en que la “alegría” iba a llegar.

Tres décadas que en La Moneda y también en el ex Congreso, se conmemoraron esta semana, mientras los estudiantes secundarios corrían por las calles y arrancaban de las lacrimógenas como si fuera un país paralelo.

Tres decenios en los que Chile vivió diversas etapas: el miedo inicial y la necesidad de mantener los acuerdos, sin pisar huevos que pudieran revitalizar a Augusto Pinochet; el espejismo de bonanza económica, que nos hizo creer que éramos líderes del desarrollo de Latinoamérica y que podíamos mirar al resto por sobre el hombro, y  los primeros atisbos de malestar social a fines del gobierno de Ricardo Lagos, que luego tomaron fuerza durante el primer mandato de Michelle Bachelet y de Sebastián Piñera. Y para qué decir desde el 18 de octubre pasado.

Y ahora, 30 años después, la realidad nos golpeó en la cara. De manera imprevista, pero imaginable, como las desigualdades, los abusos o la corrupción, explotaron en las calles, de la mano de mujeres, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, que decidieron salir a exigir un cambio. No para tres décadas más, sino ahora. Justo ahora, cuando –además- el gobierno de Sebastián Piñera ¿celebraba? la mitad de su periodo al mando del país.

¿Había algo que celebrar realmente? No. En un país convulsionado ya hace casi seis meses, donde el gobierno no ha dado el ancho para gestionar la crisis de manera eficaz y con respeto a los DD.HH., no había nada que festejar, por cuanto se trata de un momento en que la brújula perdida es la tónica, en el que la violencia sigue presente como una espina que nadie logra sacar y en el que las instituciones están cada vez más desprestigiadas, con una democracia que en las últimas tres décadas se ha deteriorado gravemente.

Vale la pena recordar la encuesta CEP dada a conocer en enero de este año y cuyo trabajo de campo se hizo precisamente en pleno estallido (desde el 28 de noviembre). Allí, ante la pregunta sobre cómo funciona la democracia en el país, el resultado habría sido probablemente traumatizante para los próceres de la derrota de la dictadura: Casi la mitad de los encuestados (47%) consideró que el sistema funciona mal o muy mal.

Peor aún se ve el escenario cuando se consulta sobre la confianza que tiene hoy la ciudadanía en las instituciones. Ninguna de estas supera el 30% y las peor evaluadas, como ya se ha convertido en la tónica, son el Gobierno, el Congreso y los partidos políticos. Ninguno se empina sobre el 5%.

¿Se puede reconstruir un país que no confía en su democracia, en sus “líderes” y que quiere incendiar todo lo hecho hasta ahora? ¿Cómo se recupera la fe de la ciudadanía para poder liderar un proceso refundacional? ¿Quién está hoy en condiciones de liderarlo? En el estado de situación actual, no sobran los nombres y es difícil que alguien pase el test de la blancura.

En este escenario, gran parte de los partidos se reunieron esta semana para analizar cómo aportarán a la paz en la realización del plebiscito del 26 de abril. No queda claro en realidad en qué esperan contribuir, con un nivel de aprobación y confianza casi nulo. ¿A quién le importa hoy lo que digan los partidos?

En otra semana más en la que nadie sabe hacia dónde ir ni cómo salir de la crisis, mientras en La Moneda se dedicaban a las conmemoraciones, en el Congreso algunos parlamentarios consultaban sobre la forma en que se puede inhabilitar al Mandatario, por cuanto –según ellos- el Presidente “ha tenido actitudes erráticas” y ha creado “climas de beligerancia”. Piñera, en tanto, aseveró que “cree” que está “perfectamente capacitado” para seguir liderando la marcha del país. ¿Cree?

Aunque todavía no hay respuesta a la inquietud de los parlamentarios, algunos ya hablan de que se trataría de un golpe blanco y otros, como la RN Paulina Núñez dice que quieren “desestabilizar el país”. ¿No está ya suficientemente desestabilizado? ¿Quién está hoy en condiciones de re-estabilizarlo?

Sin liderazgos válidos, con una economía que comienza a tambalear –y eso que el Coronavirus aún no llega en gloria y majestad- y sin confianzas en una institucionalidad que parece rozar el suelo, tal parece que todo lo vivido en los últimos 30 años no era sino un espejismo.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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