Tiempos inciertos: Psicoanálisis y miedo

13 de Mayo 2020 Columnas

Sin duda este es un momento que sentimos como excepcional. Este momento es percibido como el surgimiento de un acontecimiento que rompe los tránsitos aparentemente estables de la vida y que rompe las certidumbres supuestas en la cuales habitamos en lo cotidiano. Eso sin duda nos remece y fragiliza.

La exposición al miedo a la muerte y a la enfermedad nos enfrenta al derrumbe de nuestros sueños y expectativas sobre los cuales hemos construido los soportes ilusorios de nuestro tránsito vital. El presente empieza a edificarse como un peso continuo y con un horizonte oscuro, por ello el porvenir queda en suspenso y amenazado. Así entonces, en momentos oscuros como el actual, la ilusión de un futuro más luminoso nos sostiene, aunque percibamos la precariedad de esa necesaria ensoñación.

Probablemente, visto este tiempo posteriormente desde la lejanía, se incorporará como una más de las situaciones que nos exponen al desamparo estructural que nos constituye, es decir a la fragilidad que nos caracteriza: al ataque de la enfermedad, del dolor emocional y lo imprevisible de la naturaleza. Es quizás el carácter global y de diseminación masiva mediática lo que contribuye en gran medida a la percepción de lo que hoy vivimos es algo único y extraordinario.

Sabemos de forma dolorosa que siempre estamos expuestos al accidente, es decir, a aquella circunstancia que irrumpe fuera de control y de toda expectativa. Eso es por supuesto, (la ausencia de control total) uno de los ejes de nuestro despliegue en la vida. Por todo esto es que debemos mantener cierta mirada escéptica frente a la multitud de declaraciones, poseídas por la emoción desbordada, en torno a suponer que la experiencia actual podría reconfigurar las relaciones entre los hombres y provocar una suerte de conversión en la relación con el otro.

La multiplicidad de reacciones casi místicas en términos de caracterizar los tiempos actuales como una consecuencia de habernos apartado del camino del “bien”, de habernos extraviado de la naturaleza, o de haber hecho prevalecer el egoísmo humano por sobretodo, parece ser una reacción marcada más bien por la angustia y por el arrepentimiento culposo , más que una real posibilidad de un cambio estructural de nuestro modo de vincularnos.

Hoy asistimos más bien a una precarización de los vínculos, a una incertidumbre que amenaza el futuro y pone en riesgo la vida. Sumado a esto está la sensación de que también estos próximos tiempos serán complejos y difíciles, lo que contribuye a la percepción de un ambiente frágil e incierto. Es probable que entonces estemos frente dos direcciones posibles en las cuales pueden transitar estos procesos.  En un polo, está la posibilidad de que el confinamiento mantenido, sumado a una precarización económica, generará un mayor aumento de la angustia y la ansiedad, con los consiguientes desarrollos de procesos de desagregación, sumados a acciones diversas e incluso violentas que pueden a su vez provocar climas que exacerben los conflictos postergados y respuestas que privilegien más bien la descarga de la frustración sin procesamiento ninguno y por lo tanto sin sentido productivo.  La otra alternativa es que producto de una elaboración de la experiencia, nos dispongamos a trabajar por nuevos acuerdos, a una profundización de los lazos vinculares, con un desarrollo real de la solidaridad y la revalorización de la importancia de lo colectivo como sostén social.

La pandemia se nos aparece atacando los lazos que nos sostienen y nos unen a los otros, como un enemigo invisible y oculto. Nos invade sin ley y sentido, deshace nuestras inercias de lo previsible. Por ello nos intentamos encontrar orígenes explicables y causales. Nos seducen y atraen las diversas teorías de complot y conspiraciones que proponen un intento de hacer consistente y pesquisable aquello que nos perturba de modo oculto. Como en todo ámbito donde perdemos el control y el ataque surge de manera incierta , el miedo nos invadirá. El miedo es una de las pandemia más temibles. Hace que reaccionemos impulsivamente y que aparezcan aspectos básicos que atentan contra lo solidario y colectivo. Es el miedo uno de los más importantes productores de ansiedad y violencia con el prójimo, hace que resurja lo más atávico : percibir al otro como un enemigo.

Por ello un peligro siempre posible, tendremos que asumirlo, es la distopía de un mundo regido aún más por la dominancia de lo biopolítico: la preeminencia del discurso científicista, del control de los cuerpos, del disciplinaje de las tareas cotidianas, de la vigilancia del contacto. Frente a todo esto nos urge un gran esfuerzo: :el reforzamiento del lazo social, el hacer hegemónico un discurso que ponga en las redes solidarias los soportes para hacerle frente a otro virus poderoso y permanente: el que afirma que la respuesta fundamental es refugiarse sólo en la defensa individual o el que intenta construir como garantía ilusoria la noción de que cada cual se defienda como pueda…

Publicada en Emol
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