Se nos apareció marzo

1 de Marzo 2021 Columnas

A punto de terminar el verano —marcado por una intensa “permisología” de desplazamientos—, se nos viene marzo. Y no solo marzo. Adicional al estrés sanitario, de violencia, de una economía recesiva y de desajustes en la globalización, ahora tendremos que agregar el estrés de urnas.

El calendario viene pesado. 11 de abril: constituyentes para una nueva Constitución, gobernadores, alcaldes y concejales. 9 de mayo: segunda vuelta de gobernadores. 4 de julio: primarias de Presidente y parlamentarios. 21 de noviembre: Presidente y diputados y senadores de ciertas regiones. 19 de diciembre: segunda vuelta de Presidente.

La Constitución tiene una función simbólica; algo que une a la nación — con cola fría profesional, que a veces parece engrudo— y que nos hace sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Eso motivó que el mundo político acordara en la madrugada del 15 de noviembre de 2019 —cuando estaba en peligro la democracia y la continuidad del Gobierno—, purgarnos de una Constitución que nació bajo Pinochet, aunque sus parches ya cubrían gran parte de la prenda original.

La Constitución también tiene una función técnica y es la viga maestra del edificio jurídico. Asigna y deslinda poderes, en especial entre los poderes públicos, y precisa el ámbito del poder privado. Además, otorga derechos a los ciudadanos.

Ambas caras son importantes, y el monumental reto es armonizar el fluido relato de un Word (que recoja nuestras aspiraciones y dignidades) con la necesaria frialdad de un Excel (que incorpore la escasez como una realidad inexorable y la necesidad de contar con reglas estables que se cumplan).

Difícil la pega.

El 11 de abril nos vamos a enfrentar a una papeleta con alrededor de 50 nombres (1.373 candidatos para 28 distritos), agrupados en un número importante de listas en donde aparece usualmente la palabra “independiente”. Ese día elegiremos a quienes tendrán la inspiración y lucidez para redactar nuestra nueva e inmaculada Constitución, que incorpore un relato y una técnica que aguante los embates de los próximos 40 años.

¿A quién elegir?

Quizás usted tiene la suerte de conocer bien a una persona que está en la papeleta y le da confianza que desempeñará un papel más que digno en la Convención Constitucional. Ideal si es alguien con algunos de los rasgos de Andrés Bello o incluso —si nos ponemos aún más ambiciosos— de un Adams, Hamilton o Jefferson.

Me temo que eso será excepcionalísimo y también me temo que ni la propaganda electoral ni los medios de comunicación nos van a sacar de la penumbra —y penuria, si uno es responsable— sobre a quién elegir.

Quizás vamos a tener que confiar en nuestros instintos y guiarnos por algunas características que a nuestro juicio el candidato debiera reunir y —luego de estrujar a las plataformas digitales—, buscar a gente que lo conozca de primera mano.

Por si de algo sirve, creo que un constituyente debiera reunir —o encaminarse a reunir— tres cualidades esenciales: que tenga la inteligencia y la experiencia para separar el grano de la paja y que no se maree con menudencias; que sea una persona sana, que tenga la capacidad para escuchar y tener dudas, pero también el carácter para resolver, con sentido común, temas espinudos que pudiesen ser impopulares para la barra brava de las redes sociales, y que sea trabajador y esté dispuesto, por los dos millones y medio de pesos que recibirá mensualmente, a transpirar día y noche sin pedir ni esperar nada a cambio, ni reconocimientos ni cargos.

De nuevo, difícil la pega.

Hay algo vital que es casi imposible pronosticar. Que los 155 elegidos —con los ajustes que se harán por primera vez en Chile sobre paridad de género y pueblos originarios— se afiaten. Como una orquesta y no como simples solistas o cuartetos. Siguiendo los recientes consejos de Bill Gates, “se necesita una combinación de personas para resolver problemas difíciles”, y no se requiere ser avispado para entender que redactar una Constitución es más que difícil.

De ese grupo, una vez ungido, debieran surgir líderes naturales, que ordenen y le den un tono adecuado a la discusión, sin dejarse amedrentar ni por las movilizaciones de masas que intenten “rodearlos” (como amenazó un astuto diputado del PC) ni por un grupo reducido de constituyentes —de seguro los habrá— que busquen hacer fracasar, desde adentro, esta aventura. Tanto el texto del reglamento interno de la Convención como las designaciones de su secretaría técnica debieran reflejar ese afiatamiento basal.

Sería altamente deseable que los partidos políticos y los políticos profesionales serios —que en su mayoría se han mostrado tímidos frente al ruido del desorden— ayuden a que la Convención Constitucional se pueda desenvolver con soltura y sin presiones.

Los constituyentes tienen nueve meses para parir a la criatura, ampliables a tres meses adicionales. Poco tiempo para dejarse seducir por hojas en blanco. Deberían más bien, pragmáticamente, sumergirse en las experiencias pasadas exitosas para replicarlas, principalmente chilenas y también de afuera.

A mediados del 2022 vamos a las urnas nuevamente, so pena de multa si no lo hacemos, a aprobar o rechazar la nueva Constitución. Espero —y creo que el país espera— que la guagua que la comisión constitucional va a parir no sea ni desnutrida ni obesa. Que no le falten huesos, pero que tampoco le sobre masa. Que tenga un porte y peso normal, que le permita aprender a caminar rápido y servir, en el largo plazo, de piedra angular para nuestro desarrollo y paz social.

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