¿Repensar la formación universitaria?

16 de Diciembre 2022 Columnas

En noviembre pasado, en Estados Unidos, en un 41% de las ofertas de trabajo se exigía estudios universitarios. Esta proporción es 5 puntos porcentuales inferior a la observada antes de la pandemia (WSJ). Tendencias similares se observan en otros países desarrollados. No hay un único factor para explicar esta evolución, pero es importante tener a la vista la enorme presión a la que están sometidas diversas organizaciones por transformarse. No solo por la acelerada revolución tecnológica que está afectando al mundo, sino también por el cambio climático y los profundos cambios culturales y sociales que han acompañado el fenómeno de la globalización en las últimas décadas, entre otros fenómenos.

Para lograr transformaciones efectivas, las organizaciones requieren de personas con habilidades que quizás no están desarrollándose apropiadamente en las universidades. Abrirse a otros talentos puede ser, entonces, una buena solución.

Las habilidades demandadas parecen ser similares para organizaciones con y sin fines de lucro, privadas o públicas, pequeñas, medianas o grandes. De hecho, serían estas últimas las que están liderando la apertura a reducir las exigencias de grado universitario para sus futuros empleados. Por cierto, hay áreas específicas que, por su carácter muy especializado, siguen requiriendo de grados universitarios, pero ahí la discusión es cómo formarlos para que adquieran esas habilidades en plenitud.

¿Cuáles son estas? Hay, por supuesto, matices entre los distintos estudios, pero son sorprendentes también las coincidencias. Ellas incluyen pensamiento y análisis crítico, habilidades de comunicación oral y escrita, resolución de problemas nuevos, trabajo en equipos interdisciplinarios, discernimiento ético, liderazgo y autocontrol. En algunos estudios se suman habilidades como fluidez digital o uso de tecnologías, procesamiento de información o persuasión. Pero las primeras parecen ser dominantes.

En el caso de nuestro país hay menos información respecto de las habilidades que demandan los empleadores, pero algunos estudios preliminares, particularmente del BID (por ejemplo, Basco et al., 2020), apuntan en una dirección similar. Ahora bien, los estudios internacionales que intentan medir el grado en el que estas habilidades están presentes en los profesionales chilenos sugieren un desarrollo reducido. A ello habría que agregar que las oportunidades de empleo para los egresados recientes de la educación superior en Chile parecen haber perdido dinamismo en los últimos años. En 2013 la tasa de empleo de los graduados que terminaron la educación superior y tenían menos de 35 años fue de un 83,4% (estos cálculos y los siguientes son hechos a partir de las bases de datos de la Encuesta Nacional de Empleo del INE; el análisis no cambia si solo se considera a los universitarios). En 2021 esa tasa de empleo para el mismo grupo fue de 77,1%, es decir, 6,3 puntos porcentuales más baja.

Por supuesto, no se pueden desconocer los efectos de la pandemia. Si el análisis se hace para 2019, se puede comprobar que esa tasa fue de 80,3%, una caída significativa, sobre todo teniendo en cuenta que el resto de la población, si bien vio caer su tasa de empleo, lo hizo a un ritmo equivalente a la mitad de quienes han egresado hace poco de la educación superior. El impacto del lento crecimiento de la economía chilena, entonces, si bien está afectando de manera generalizada las oportunidades de empleo de la población, en términos relativos, es más grande en grupos específicos, entre ellos los egresados recientes de la educación superior.

Teniendo posiblemente las organizaciones nacionales la misma presión por transformarse que las de otras latitudes, la caída en el interés relativo por contratar a quienes egresan de la educación superior podría deberse a que estos carecen de las habilidades que actualmente se demandan en los niveles adecuados. Estas indudablemente no se desarrollan en el vacío y, por tanto, su menor o mayor evolución durante el proceso formativo de pregrado depende de los conocimientos adquiridos. Pero no solo de eso, sino también de cómo interactúan los contenidos y cómo se aborda su enseñanza.

En ese sentido, por ejemplo, es muy probable que una formación muy especializada no permita adquirir en plenitud varias de esas habilidades centrales, porque se desaprovecha su cultivo más allá de un dominio del conocimiento, posibilidad que limita luego su transferibilidad a otros espacios. Similarmente si, por ejemplo, parte relevante de los aprendizajes no se manifiesta en deliberación con otras personas o resolviendo desafíos en equipo, las posibilidades de expandir esas habilidades se debilita. Desarrollar modelos educativos que permitan lograr este propósito es un desafío indispensable para las universidades chilenas.

Publicada en El Mercurio.

Redes Sociales

Instagram