Renuncie, hágalo por Chile

2 de Mayo 2021 Columnas

Ese fue el titular del diario La Segunda, el 6 de septiembre de 1973. La frase habría sido uno de los clamores pronunciados en una masiva marcha de mujeres en contra del Presidente Salvador Allende durante el ocaso de su gobierno. Pese al clamor popular de un sector de la sociedad, Allende se mantuvo firme en el cargo hasta que el Golpe del 11 de septiembre de 1973 acabó con su mandato. Allende se suicidó, emulando lo que casi un siglo antes había realizado José Manuel Balmaceda, dando fin a la guerra civil de 1891.

Se trata, obviamente, de los dos casos más extremos y de las crisis más profundas que ha atravesado la historia republicana de nuestro país. Aunque muy lejos -por ahora- de que estemos viviendo una situación similar, el rechazo sufrido por el Presidente Sebastián Piñera en el Tribunal Constitucional, el abandono de su sector político y el bajo nivel de apoyo que ha recibido en las encuestas (9% en la última encuesta CEP) nos permiten preguntarnos si es que no es el momento de renunciar.

Sin embargo, una decisión de este tipo, es compleja y podría implicar más problemas, que soluciones. La historia nos entrega algunos ejemplos hace poco menos de un siglo. De hecho, entre 1924 y 1931 fuimos testigo de la dimisión de tres presidentes: Arturo Alessandri, Emiliano Figueroa y Carlos Ibáñez del Campo.

El primer caso, el de Arturo Alessandri, fue el resultado de un país que había vivido una serie de transformaciones que no lograron ser asimiladas por la clase política. Mientras algunos abogaban por un marco regulatorio básico para los trabajadores, los parlamentarios, en cambio, estaban preocupados de fijar una dieta para ejercer sus funciones. La crisis fue acelerada por un grupo de oficiales a través del famoso “ruido de sables”. Aunque los militares apoyaban a Alessandri, llegó un momento en que se dio cuenta de que estaba siendo utilizado por ellos, lo que derivó en que la noche del 8 de septiembre de 1924, presentara su renuncia: “Aprobadas y promulgadas como leyes de la República los proyectos de leyes que formaban parte capital del programa democrático (…) Cumplida así la solemne promesa que formulé a los representantes del Ejército (…) considero terminada mi vida pública y renuncio al cargo de Jefe Supremo de la Nación”.

Pasarían solo tres años para que Emiliano Figueroa siguiera el curso de Alessandri. El denominador común, la presión que ejercía por medio de los militares el general Carlos Ibáñez del Campo.

Sin embargo, la historia terminaría dándose vuelta en contra del “caballo”. Su ambicioso plan de inversiones, basado en créditos internacionales, coincidió con la crisis mundial de 1929, provocando diversas manifestaciones con nefastos resultados. Dice Gonzalo Vial: “El curso de los acontecimientos fue creando en él una sensación de tristeza y desengaño, de haber sido abandonado y traicionado; de que el establishment oligárquico lo derribaba; y de que el pueblo al cual había servido lo hacía víctima de ingratitud e injusticia”. Alberto Edwars, agrega una imagen conmovedora de Ibáñez en su ocaso: “¿Qué habré hecho para merecer tanto odio? Y sus ojos (…) se humedecieron”.

Volviendo a 2021, encontramos algunas similitudes y diferencias con lo vivido hace un siglo. Por un lado, está la crisis constitucional y, por otro, las manifestaciones populares que solo fueron mermadas por el anuncio de una nueva constitución y frenadas por la pandemia. No obstante, una gran diferencia es que las Fuerzas Armadas no aparecen como una solución. No solo por el descrédito que ha sufrido el Ejército en el último tiempo, sino porque los altos mandos de las FF.AA. están conscientes del costo que puede significar una intervención. En ese sentido, Punta Peuco es una advertencia de cómo terminan los golpes militares.

Más allá del desagrado que pueda causar a algunos la persona del Presidente de la República, es la máxima autoridad elegida de forma democrática por una mayoría de chilenos. Los errores que se han cometido en el manejo de la pandemia han sido la tónica en el resto del mundo frente a una situación para la que nadie estaba preparado. Si la ayuda del gobierno ha sido tardía o errada ya forma parte de un juicio político, pero no constituye un abandono de deberes. En esta línea, hasta ahora, ninguna de las acciones o inacciones justificaría una renuncia. Por lo demás, la historia demuestra que una acción de este tipo, más allá de la felicidad que pueda provocar en algunos, pueden sumirnos en un peligroso círculo de ingoberanabilidad que, como sucedió luego de la renuncia de Alessandri en 1924, terminó durando diez años.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

 

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