Re-imaginando la democracia

27 de Septiembre 2017 Columnas

Si bien son pocas las encuestas de opinión confiables sobre el grado de satisfacción/desafección de los chilenos con el tipo de democracia que nos gobierna, es inevitable percibir un cierto desgano con las instituciones democráticas. No creo que estemos ante una crisis definitiva de la democracia representativa ni menos que nos encontremos frente a una retroversión autoritaria. Más bien, lo que aprecio es un desencanto con las formas de representación, ya sea porque las autoridades nos parecen poco legítimas o porque ya no basta con votar cada cuatro años para sentirse representado.

Precisamente porque el diagnóstico sobre la democracia no es promisorio, me parece que estudiar sus alcances y posibilidades es más necesario que nunca. Eso es lo que se han propuesto los historiadores Joanna Innes y Mark Philp en un libro colaborativo que analiza los orígenes de la democracia “moderna” (siglos XVIII y XIX) en Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Irlanda. En “Re-imagining democracy in the Age of Revolutions” (Oxford, 2013), los autores interpretan desde perspectivas diferentes un problema común: cómo entendieron y convivieron los actores de la época con el uso de la palabra democracia y de qué forma se fueron inclinando hacia su utilización práctica.

La democracia no siempre tuvo connotaciones positivas. Hubo quienes creyeron que ella sólo podía existir en ciudades pequeñas, otros que cuestionaron los “excesos” asociados a la participación democrática. En ambos casos, la crítica iba dirigida a una modalidad específica dec democracia, pero no a la democracia como sistema de gobierno. En efecto, fue la “democracia directa” la que se puso en tela de juicio a principios del siglo XIX, por considerársele la partera de un asambleísmo con tintes totalitarios (se pensaba sobre todo en los jacobinos franceses).

Las cosas cambiaron cuando entró en escena la “democracia representativa”,  es decir, el espacio en que los representantes democráticamente elegidos se reúnen a decidir la cosa pública en nombre de los representados. Ello ocurrió en los países arriba nombrados, pero también en Latinoamérica. En Chile, por ejemplo, la prensa de la década de 1840 arroja diversas referencias positivas sobre la democracia representativa. En algunos casos se le consideró incluso como el único antídoto frente al caudillismo que azotaba la región luego de las guerras de la independencia.

Por supuesto, un estudio similar sobre los orígenes de la democracia en Chile no debería aspirar a resolver los problemas actuales de representatividad. Pero al menos podría servir para recordar que, como bien dijera Winston Churchill la democracia representativa es “la peor forma de gobierno salvo todas las demás que han sido probadas”. No estaría de más tenerlo en mente ahora que estamos sumergidos en un cuestionamiento algo irresponsable de lo que fue y debería seguir siendo la democracia.

Publicado en La Segunda.

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