Ratas de la ciudad

30 de Mayo 2021 Columnas

El video circuló aún más rápido que sus protagonistas. Una docena de ratones entrando y saliendo a una tienda de alimentos para mascotas en la esquina de Avenida Pedro Montt con Morris aprovechando la complicidad de la noche. Los dardos apuntaron inmediatamente a los dueños del local, al alcalde Jorge Sharp, al Seremi de Salud y un largo etc. en el que solo faltó el flautista de Hamelín.

La historia de estos pequeños y repulsivos roedores es bastante larga en nuestro país. Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro “De Santiago a Valparaíso”, dedica un par de páginas a estos animales. Aunque claro, hace una distinción entre los ratones de campo de orejas paradas y piel café, que no tenían relación alguna con el ratón casero azulado ni con el asqueroso pericote.

Sobre los primeros, dice que era fácil verlos esconderse en sus cuevas cuando uno viajaba en el tren que unía el puerto con la capital: “Son estos ratones llamados de campo, especies de conejos de que los indígenas hacían sabrosas cazuelas, o los comían asados recorridos en un palito como hoy hacemos con los jilgueros y los zorzales”. El mismo autor dice que sobre su sabor dieron cuenta los historiadores y los inmigrantes chinos que “los persiguen con incansable apetito”.

En realidad, Vicuña Mackenna estaba haciendo referencia a los cuyes o conejillo de indias que, aunque en Chile solo se existen en la tiendas de mascotas, en Perú todavía pueden encontrarse en los restaurantes como una de las tantas exquisiteces que preparan nuestros vecinos. He tenido la suerte de disfrutar este bocado en todas sus formas (asado, guisado y frito), soportando estoicamente el desprecio del resto de la familia que me condena por mi maldad y/o asquerosidad.

Hecho este paréntesis autobiográfico, acerca de tan entrañables y apetitosos animalitos, queda el turno de exponer la referencia que hacía Benjamín Vicuña Mackenna sobre los otros tipos de ratones, esos que jamás comería (y que espero no haber comido).

Según el historiador Diego Rosales, citado por Vicuña Mackenna, estos animales llegaron de Europa con el primer buque que visitó nuestras costas, después del descubrimiento del Estrecho de Magallanes, en una expedición anterior a las de Diego de Almagro y Pedro de Valdivia.

Si damos fe de esto, la presencia de estos repugnantes animales en la costa porteña sería incluso anterior a su existencia como Valparaíso, lo que constituye un punto a favor de los roedores para justificar su derecho a permanecer en este lugar.

Una vez instalados en la bahía, no pasó mucho tiempo para que los ratones comenzaran a invadir el puerto y trasladarse a Santiago en alguna carreta cargada de trigo o arroz. Expandida la plaga en la capital, la desesperación llevó a que sus habitantes imploraran a la autoridad y al cielo una solución. Dice Vicuña Mackenna: “En este día (1º de enero de 1631), se acordó se pregone que todos los vecinos y moradores de esta ciudad y las mujeres acudan a la procesión que se hace el domingo que viene en la tarde para pedir a Dios el remedio que hacen los ratones”.

Sin más noticias del efecto de estas plegarias, durante la república, no es fácil encontrar relatos sobre estos animales en las historias sobre Valparaíso. Da la sensación de que su presencia era tan natural, como poco digna de ser historiable, pero suponemos que la circulación por las calles y cauces del puerto, dadas las malas condiciones sanitarias que existían -y existen- en la ciudad, era común en las ciudades puertos.

Las características particulares de Valparaíso, sus bodegas, cerros y quebradas, mercados, restaurantes y red de cauces bajo el suelo, sumadas ahora a las construcciones abandonadas, son las condiciones ideales para la circulación de los roedores.

Finalmente, más allá de las críticas a los dueños y la actual administración, los ratones son parte de la historia de Valparaíso, como también la lucha contra ellos. Solo que el toque de queda y la ausencia de transeúntes insufló en estos roedores la confianza para salir a la calle, inconscientes de que ya no solo deben preocuparse de los gatos, sino también de las cámaras.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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