¿Qué les pasa a los jóvenes de hoy?

14 de Julio 2017 Noticias

* Artículo escrito por Ignacio Martín y Juan Carlos Eichholz publicado en El Mercurio.

Los jefes se cuestionan cómo actuar, los profesores se quejan, los padres no entienden desde dónde cumplir su rol y las autoridades políticas se ven arrinconadas. ¿Qué es lo que está generando tanto desconcierto? Los jóvenes de hoy, que parecen no tener lealtad con sus empleadores, que no se concentran en lo que ocurre en la clase, que no obedecen a sus progenitores y que no se conforman con nada de lo que los políticos les ofrecen. ¿Es un fenómeno solo chileno? Desde luego que no. ¿Es algo propio de esta generación? Algunos dirán que no, que esto es característico de la juventud de cualquier época, y en parte tienen razón, pero aquí argumentaremos que, además, nos encontramos frente a un fenómeno especial, que debe ser mirado con atención, más a través del parabrisas que del espejo retrovisor.

Un cambio de época

Quizás en esta ocasión las circunstancias particulares del mundo y de la juventud que está llegando a influir en el espacio público y privado sean distintas. Y es que esta generación Y o de los millenials se cría en la década de los 90, justamente en los albores de una nueva era, que comienza a emerger con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la masificación de internet pocos años después. Visto así, estos jóvenes no se desarrollaron en un mundo en equilibrio, sino en medio del desequilibrio propio del momento en que un mundo da paso a otro; no crecieron en una época de cambios, sino en un cambio de época; no son quienes desafiaron los antiguos paradigmas, sino quienes primero adoptaron los nuevos.

Para las generaciones anteriores existía un orden, unas reglas y unas definiciones que otorgaban ciertas certezas fundamentales. Nada de esto es válido para la actual generación de jóvenes, que se crió en un momento donde muchas de las estructuras, ideas e instituciones que habían marcado el siglo anterior entraban en crisis, sin que hayan sido aún reemplazadas por otras que devuelvan las -para muchos- añoradas certezas de antaño. Seguimos viviendo, de hecho, el desvanecimiento de las ideologías y de los partidos políticos tradicionales, el replanteamiento del rol del Estado, la búsqueda de norte de las instituciones internacionales, la redefinición del papel de los ejércitos cuando los enemigos pasan a ser redes terroristas amorfas y dinámicas, la revisión del concepto de familia y su estabilidad, la profunda revisión de las iglesias y de sus doctrinas, y hasta el cuestionamiento de las identidades de hombre y mujer, más allá de sus roles. La generación Y no vivió nunca un mundo sólido y estable, ya que desde que tiene conciencia social, todo lo que conoce es líquido y fluye. De ahí que, más que plantearse la necesidad de cambiar el mundo, como los jóvenes de otras épocas, lo que mejor parece caracterizar a los jóvenes de hoy es que intentan vivir su vida de acuerdo a esos nuevos códigos bajo los cuales ellos han crecido, y que por tanto son obvios para ellos, aunque no lo sean para quienes inconscientemente los hemos causado.

Protagonistas desde la cuna

Esos códigos han llevado a esta generación a desarrollar una concepción de la autoridad, del orden y de las relaciones con otros muy distinta a la de todas las demás generaciones en la historia, lo que, en nuestra opinión, se vincula a cuatro factores fundamentales: su crianza, la tecnología que usan, las redes sociales a las que recurren y su forma de jugar.

LA CRIANZA. Esta generación es la primera que se cría siendo el centro de la familia. Nunca antes los hijos habían sido el foco de atención y preocupación de sus padres como lo fueron estos. Más bien, el centro de la familia tradicional era el padre, y los muchos hijos que se tenían debían asegurar la vejez de sus progenitores. Los niños de la generación Y, por el contrario, tuvieron un nivel de atención y consideración nunca antes visto: fueron fotografiados y filmados hasta la saciedad, se les escuchó y se les preguntó su opinión en todo, se les hizo saber sus derechos y se les concedieron muchos caprichos en la esperanza de dar así lo que se vino en llamar “tiempo de calidad” -expresión que tiene su origen en el probable sentimiento de culpa de esa primera generación de padres en la que ambos trabajaron-, se les ayudó a superar cualquier inconveniente -en especial cuando se producían tensiones con otros niños o con profesores- para evitarles experimentar la decepción o la frustración, se les repitió que podrían ser lo que quisiesen y casi nunca se los limitó en sus opciones -quizás temiendo que eso podía generarles algún trauma-. Por todo ello, estos niños aprendieron a ser actores protagónicos desde su más tierna infancia, pero un protagonismo sin consecuencias ni responsabilidades, ya que estas las asumían sus padres.

LAS TECNOLOGÍAS. En paralelo, las nuevas tecnologías de la comunicación reforzaron este rol protagónico. Los niños de esta generación ya no fueron meros receptores pasivos de una limitada programación de radio, televisión o prensa; ellos pudieron convertirse en actores activos subiendo información a la web, escribiendo foros o grabando videoclips. Ellos pudieron definir los contenidos que querían ver. La tecnología bidireccional, en tiempo real y móvil, acabó con las limitantes que vivimos otras generaciones en lo relativo a la capacidad de comunicarnos con el mundo.

LAS REDES SOCIALES. Las redes sociales tradicionales eran muy estables y relativamente rígidas. Las personas nacían en un barrio o pueblo y esto determinaba en gran medida las personas con las que se iban a relacionar a lo largo de la vida, lo que llevaba a que las relaciones de amistad fueran duraderas y estables, lo mismo que las relaciones matrimoniales e, incluso, los vínculos laborales. Sin embargo, los millenials vieron cómo esto dejó de ser cierto para la generación de sus padres: el divorcio, y sobre todo los despidos después de muchos años de lealtad a las empresas, comenzaron a poner en duda esos lazos que antes eran incuestionados. En paralelo, las redes tecnológicas abrieron la posibilidad de generar vínculos de forma virtual y dinámica a nivel global, mucho más allá del barrio. Las redes sociales dejaron de ser estáticas y sólidas, sino que aparecían, se mantenían y desaparecían en un fluir continuo. De nuevo, en un ámbito tan relevante como es el de las relaciones con otros, esta generación aprendió a vivir desde lo cambiante y lo inestable, donde las personas no viven presas de los vínculos, sino que los reformulan cada vez que lo necesiten para sentirse más protagonistas.

LOS JUEGOS. Los juegos en todas las especies animales, y también en los seres humanos, son el mecanismo fundamental de aprendizaje. Los juegos de las generaciones anteriores eran pocos: cartas, metrópoli, ajedrez y múltiples variaciones de estos llamados juegos de mesa, que se mantenían vigentes durante muchos años. Todos ellos eran de naturaleza grupal y el objetivo último era ganar a los adversarios. El que perdía se sentía frustrado e inmediatamente pedía la revancha. Todos ellos se caracterizaban por tener unas reglas conocidas y aceptadas a priori por los jugadores, y la forma de jugar habitual era por turnos, de modo lineal y secuencial, tirando los dados o moviendo las cartas unos tras otros. Si nos fijamos, nuestra forma de trabajar tradicional responde a todos estas premisas que los juegos desarrollaban: trabajo grupal pero competitivo, reglas conocidas y aceptadas, y procesos lineales, secuenciales y repetitivos. Para la generación Y, sin embargo, la forma de jugar es otra y, por lo mismo, también la forma de trabajar. Los videojuegos son fundamentalmente individuales, y el objetivo no es ganar sino progresar y pasar de nivel. Por ello, en general no son juegos tan competitivos y sí mucho más colaborativos. Las reglas no se suelen conocer y deben ser descubiertas a medida que se juega. La base del progreso es la experimentación y el aprendizaje, y no la suerte o la estrategia, como lo era en los juegos tradicionales. Si se falla, basta con apretar el botón de reset y comenzar una partida nueva, sin costo ni consecuencias sociales para el jugador. Y una vez superado un nivel, nunca más se vuelve atrás, evitando las repeticiones y la rutina. Adicionalmente, estos juegos son actualizados continuamente o sustituidos por nuevos juegos.

La difícil transición hacia el nuevo mundo

Por todo lo que hemos visto, esta nueva generación llega preparada para enfrentar el mundo de una manera muy distinta a como lo hicimos quienes los hemos precedido, y no es raro, por lo tanto, que vean como obsoletos los mecanismos de representación política, el rol de los estados, el mensaje de las iglesias, las estructuras verticales de las grandes empresas, y la forma lectiva de enseñar en las salas de clase. Al mirarlos a ellos, de algún modo estamos viendo el futuro que se aproxima, y eso genera una natural tensión en quienes, por encarnar los paradigmas del mundo del que venimos, consideran que los fundamentos de ese orden social deben, como mucho, ser retocados, pero nunca revisados en su esencia.

Que la transición hacia esta nueva era fluya bien depende de la capacidad adaptativa de quienes hoy ostentan el poder, pero también de la que exhiban los jóvenes en dos aspectos para los cuales no vienen equipados: entender y manejarse dentro de las estructuras tradicionales, por una parte, y tolerar la frustración inherente a todo proceso de cambio, por otra.

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