¿Qué debemos pedirle a la política?

12 de Abril 2017 Columnas Noticias

Me gusta la política desde que tengo uso de razón. Cada vez que se habla de ella me involucro en la discusión. La política ha sido parte importante de mi vida, ya sea apoyando alguna idea en específico o simplemente estudiándola en su relación con el pasado. Me dedico a analizar la historia política de Latinoamérica y de vez en cuando escribo sobre política coyuntural. No milito, pero siento un gran respeto por los partidos. Sigo creyendo en los políticos y estoy convencido de que la crisis de confianza de la ciudadanía se pasará con más —no con menos— política.

Pero que yo crea que la política tiene mayor relevancia que otras actividades u oficios no quiere decir que ella sola sea capaz de solucionar la totalidad de nuestros problemas. La política, lo dije ya en este espacio, es como la vida misma, y no hay que esperar grandes relatos monocromáticos. Todo lo misma, y no hay que esperar grandes relatos monocromáticos. Todo lo contrario: debido a que la política la ejercitan políticos de carne y hueso, debemos pedirle un número acotado de cosas, como mayor crecimiento económico, políticas públicas bien diseñadas y una retórica coherente. Pero poco (o nada) más. Creer lo contrario es ingenuo.

Permítaseme explicar el punto con el debate constitucional. Se ha instalado en el debate la idea de que la Constitución debe ser una panacea que resuelva las desigualdades de nuestro sistema económico, garantizando derechos sociales como la calidad de la educación o el acceso a una vivienda digna. Nadie medianamente cuerdo podría negarse a ambas cuestiones. Sin embargo, de ahí a constitucionalizar dichos derechos sociales hay un tramo largo. Las constituciones no existen para solventar derechos que, por su índole técnica, pertenecen a leyes especiales surgidas de la discusión parlamentaria. Pedirle a la Constitución que resuelva cuestiones puntuales (como una pelea con un vecino o un conflicto doméstico entre cónyuges) es traspasar al mundo constitucional responsabilidades que son esencialmente civiles y penales.

Algo similar ocurre con la política cotidiana: la sobreideologización de la discusión presidencial muchas veces se zanja con promesas de suyo voluntaristas, como si los políticos —por el sólo hecho de ser conocidos y tener poder— pudieran cumplir cada una de las cosas que dicen por televisión. Conceptos como “refundación”, “cambios revolucionarios”, “nueva era”, “reestructuración del sistema político” suenan todos muy bien y son rimbombantes. Pero conllevan también el serio peligro de que no puedan tener un correlato en la realidad práctica. En efecto, para que la política se vuelva un ejercicio legítimo y de largo aliento debe ser suficientemente pragmática para no caer en el juego de la constante reinvención. Quizás ésa sea la mayor exigencia que debamos hacerle a la política y a los políticos: actuar de forma realista.

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