Punto muerto

20 de Enero 2020 Columnas

Toda la clase política practica “el deporte nacional del doble estándar”, dijo esta semana el Premio Nacional de Humanidades, Agustín Squella. Y efectivamente es así. Basta darse una vuelta por las declaraciones de los dirigentes y parlamentarios, en temas tan variados  como la nueva Constitución, las pensiones, la votación sobre la ley antisaqueos y antiencapuchados, el gobierno de Nicolás Maduro o los temas valóricos, por mencionar algunos, para darse cuenta de que, en Chile, la chaqueta se da vuelta muy rápido en temas políticos.

Y eso es precisamente parte de lo que está castigando hoy la ciudadanía –a partir del estallido social del 18 de octubre- y que se verifica en la encuesta CEP dada a conocer esta semana. A partir de ella, algunos advierten que el Presidente Sebastián Piñera (cuyo gobierno alcanza un paupérrimo 6% de aprobación) está recibiendo las esquirlas de la crisis social, pero lo cierto es que el Mandatario y el resto de la clase política están cosechando lo que sembraron en conjunto durante varias décadas. Peor aún: no logran entender la magnitud de lo que está sucediendo.

Porque tal como dice el slogan –requetecontra utilizado en las marchas-, “no son 30 pesos, sino 30 años”, asimismo, en la histórica baja del Presidente a 6% de aprobación (hasta ahora la más castigada por el respaldo ciudadano había sido Michelle Bachelet, que llegó al 15% en el momento más difícil) no hay solo un efecto de la crisis social actual, sino décadas en las cuales los chilenos venían criticando temas como el acceso a la salud, la desigualdad, las diferencias en educación o la corrupción. Seamos claros: aquí no hay nada que no se haya dicho y por lo que no se haya marchado en los últimos 20 años.

Complejo es que esta molestia no se circunscriba al actuar del Mandatario, su gobierno y su sector, sino a toda la clase política y a las instituciones de toda índole. No hay ningún grupo –ni oficialista ni de oposición- que capitalice este descontento y sea capaz de liderarlo. La crisis de confianza es transversal y todas las instituciones están inmovilizadas ante un fenómeno que no entienden. Los números llegan a ser espeluznantes: ante la pregunta “¿cuánta confianza tiene Ud. en las siguientes instituciones?”, apenas un 5% dice creer en el gobierno. Un 3% en el Congreso y un increíble 2% en los partidos.

Y nadie se salva de esto: medios de comunicación, iglesias, empresas privadas, Fuerzas Armadas, PDI, Carabineros, por nombrar a algunos, carecen hoy de la confianza de la ciudadanía. De hecho, los “top 1” de la medición son las radios y redes sociales, que apenas se acercan al 30% de aprobación.

¿Quién puede, entonces liderar una salida democrática y positiva de esta crisis si los chilenos no creen en nada ni en nadie? Con estos números, ¿será posible pensar en que la convención constituyente tendrá la confianza para construir los cimientos de una nueva Constitución?

El panorama no parece favorable, sobre todo si los encuestados ni siquiera creen en nuestra democracia: aun cuando un 71% la considera preferible a otro tipo de régimen, un 91% considera que funciona regular, mal o muy mal, y un 73% opina que dentro de 5 años será igual. ¿Cómo se salva una democracia cuya calidad está claramente cuestionada?

La salida no es fácil, pues como dice el dicho popular, la confianza se pierde una vez y cuesta mucho recuperarla.

El peligro es conocido y así lo advirtió esta semana el timonel DC, Fuad Chahin: “Tenemos dos miedos: el inmovilismo y lo que puede ser una consecuencia de él, que es el populismo. Si nosotros no hacemos las cosas hoy, le vamos a estar pavimentando el camino al populismo, que puede llegar por vía democrática al país, pero que todos sabemos que luego que llegan al poder, terminan destruyendo la democracia”.

Lo hemos visto en otros países de la región. Y aun cuando muchos tienden a creer que Chile está inmunizado contra estas prácticas, la realidad puede ser mucho más enredada y el estallido social, la violencia y los atropellos a los derechos humanos pueden detonar en soluciones facilistas, pero, paradójicamente, en extremo complejas.

Precisamente ahí está el peligro de esta democracia en punto muerto. Si no hay una reflexión profunda y colectiva, si la ciudadanía no logra reencantarse y volver a creer en sus instituciones, si los liderazgos siguen sin gozar de la más mínima credibilidad y respaldo, entonces la puerta queda abierta para la llegada de líderes populistas, que aparezcan como los salvadores de la patria, pero que en la práctica, pongan en riesgo la estabilidad democrática y el futuro del país.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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