Prioridad del ‘cómo’ por sobre el ‘qué’

29 de Octubre 2019 Columnas

Sorprende que políticos, periodistas y académicos tengan tantas certezas sobre las demandas que el pueblo expresó y la forma de satisfacerlas, a pesar de que hace solo diez días atrás ni imaginaron los hechos que hemos vivido. Un individuo normalmente expresa sus demandas hablando. Pero el pueblo no habla, o si se prefiere, lo hace sólo metafóricamente. Es a través de la interpretación de hechos sociales que atribuimos al pueblo una voluntad. Y se trata de una voluntad siempre informe. Primero, porque está formada por voluntades de muchísimos individuos que no quieren exactamente lo mismo; segundo, porque usualmente se refiere únicamente a un aspecto de un problema (mejores pensiones, independientemente del mecanismo que se utilice para ello).

Por ser informe, la voluntad del pueblo no puede traducirse inmediatamente en acciones del Estado. Es necesario darle antes una cierta forma. Esta es una de las principales funciones de la política democrática. Más que intentar adivinar la precisa voluntad del pueblo, su tarea es formar dicha voluntad procurando dar cuenta del sentir de la ciudadanía. Aquí tienen lugar el liderazgo, la creatividad, la sensibilidad, la negociación.

Si algo se puede afirmar con certeza, es que la política está cumpliendo pobremente esta función. La participación de la ciudadanía en las elecciones es muy baja y las instituciones y la clase políticas se encuentran fuertemente desprestigiadas. Este es el problema más urgente que enfrentamos, pues sin política no hay genuina articulación de la voluntad del pueblo, sino sólo la anarquía de distintos intereses que pretenden capturar la acción del Estado.

Por eso, más urgente que preguntarnos qué quiere el pueblo, es preguntarnos cómo articular políticamente la voluntad popular. Esto obliga a examinar nuestras instituciones políticas y, en particular, preguntarse qué está fallando en ellas.

Es probable que una buena parte de quienes se han manifestado estos días no participen en las elecciones de las autoridades que hoy repudian. Si se les pregunta, suelen decir que el voto no sirve para nada. En cuanto esta afirmación se refiere al voto minoritario, denota una preocupante falta de cultura política democrática. Pero ella también se refiere al voto mayoritario. Y aquí es necesario reconocer una importante cuota de verdad en el reclamo. Por una parte, la actual Constitución impone inusuales restricciones a la mayoría. Por otra parte, en situaciones de dispersión de fuerzas políticas en el electorado, el régimen presidencial no genera gobiernos de mayoría capaces de realizar transformaciones. Sin reformas profundas al sistema político que reviertan estos aspectos, intentar responder qué quiso decir el pueblo está destinado a engendrar polarización y populismo.

Publicada en La Segunda.

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