Prevalecer

23 de Enero 2021 Columnas

El gobierno de Donald Trump confirmó que no hay país donde la democracia esté exenta de riesgos. El acuerdo tácito sobre su valor como un fin en sí mismo puede ser relativizado por algunos; existe la posibilidad de un líder que quiera socavarla, de sectores que la consideren insuficiente o un impedimento para fines “superiores”. Ya sea porque es demasiado burguesa o demasiado plebeya, no faltarán los que quieran saltarse la fila, torcer las reglas del juego o negarle legitimidad a la mayoría.

El asalto al Capitolio fue una escena ejemplar, que remeció la conciencia de una nación e ilustró la fuerza de estas amenazas. Cuando un líder o un sector político insisten en avivar el fuego, siempre hay algunos dispuestos a incendiarlo todo. Y siempre habrá también una excusa a qué echar mano, una justificación histórica o una razón noble. Es algo que en Chile volvimos a constatar a partir del 18 de octubre: la destrucción de estaciones del Metro, el incendio de iglesias, los ataques a comisarías y los saqueos, tuvieron aquí la comprensión abierta de unos y el silencio cómplice de otros.

Eso fue precisamente lo que en EE.UU. no ocurrió: allá la violencia y el intento de desconocer las reglas del juego generaron un rechazo mayoritario. Trump terminó solo, sin vicepresidente y con la renuncia de varios de sus ministros sobre la mesa. Ahora va a ser enjuiciado por alentar conductas que en Chile hoy están totalmente normalizadas, hasta el punto que en la sede de nuestro Congreso los encapuchados que convirtieron la Plaza Italia en una zona de sacrificio fueron ovacionados de pie.

¿Qué hace a la democracia prevalecer en los momentos de crisis, cuando sus enemigos y sus intenciones asoman en el horizonte? Simplemente, el reconocimiento y la aceptación mayoritaria de ciertos límites infranqueables. Cuando no es concebible que socavar el estado de derecho o el orden público pueda ser considerado por alguien un objetivo político, o violar la Constitución y la ley un acto de rebeldía legítima.

Aceptar que los límites de la democracia y del estado de derecho pueden ser trasgredidos por alguna buena razón es el inicio de un camino sin retorno, que ni el más exitoso proceso constituyente podrá enmendar. Cuando los altos mandos de las FF.AA. le recordaron a Trump su deber de hacer cumplir la Constitución sin importar las condiciones, hicieron referencia a algo que, en rigor, está más allá del texto mismo: la idea de que la unidad nacional solo prevalece porque la Constitución es la última reserva, consagrada a lo largo de la historia por sobre cualquier conflicto, división e, incluso, de guerras civiles.

Es lo que en Chile sigue siendo una asignatura pendiente: un orden donde el imperio de la Constitución no admita fisuras, donde las grandes mayorías tengan siempre la confianza de que dicho orden posee la legitimidad y la fuerza para prevalecer.

Publicada en La Tercera.

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