Portales frente al crimen de un extranjero

20 de Febrero 2022 Columnas

En medio de la crisis migratoria que estamos viviendo y justo cuando todavía aún sentimos coletazos del horroroso crimen del camionero Byron Castillo en Antofagasta, resulta relevante recordar que ciudades como Valparaíso pasaron de ser una caleta al principal puerto del Pacífico sur gracias, precisamente, al aporte de inmigrantes de distintas partes del mundo. 

En esta línea, uno de los gobiernos que promovió la llegada de extranjeros, en especial, de Europa Occidental, fue el del general Joaquín Prieto hace casi dos siglos. La creación de almacenes para el resguardo de los bienes y las mejoras en las condiciones aduaneras sirvió de impulso para que las casas comerciales se instalaran en Valparaíso. 

En medio de este ambiente, era inevitable que se produjeran conflictos. Un caso emblemático fue el del capitán norteamericano Enrique Paddock en 1833. Paddock, uno de los cientos de marinos que circulaban por las calles del puerto, se encontraba con falta de circulante, por lo que comenzó a buscar ayuda en algunas de las casas comerciales que existían en la ciudad. Ante la negativa constante de concederle un préstamo, concurrió a la famosa Casa Alsop y, frente a un nuevo rechazo, no halló nada mejor que asesinar a dos de sus empleados, matar a un transeúnte y herir a otros dos. 

Mientras la defensa del capitán alegaba que la acción de Paddock había sido el resultado de un estado de locura temporal, el tribunal porteño abogaba por dar el castigo que merecía en esos tiempos: la pena de muerte. 

La presión del cónsul logró impedir de forma temporal la ejecución, pero, para mala suerte del capitán, Diego Portales había asumido como gobernador de Valparaíso y en una carta, daba a conocer su opinión sobre este tema: 

“Con la suspensión que se ha hecho hoy de la ejecución de la sentencia, no se oye decir otra cosa entre ciertas gentes que si el reo fuera chileno ya estaría olvidado. Así se disponen los ánimos insensiblemente y un día, al hacer fusilar un roto, puede levantarse el grito de que para ellos solo hay justicia “. 

Siguiendo la línea del futuro Ministro, los tribunales porteños, desoyendo los alegatos en favor de Paddock, cumplieron con la condena y lo ejecutaron, tal como lo habrían hecho si el que cometió el crimen hubiera sido un “roto”. 

La lectura tradicional de este caso, destaca a Diego Portales y esa postura de rectitud e inflexibilidad que le asignaba la historiografía conservadora al gobernador. No obstante, la revisión más en detalle de los hechos nos muestran otras circunstancias que envolvieron el crimen y que permiten comprender, en su verdadera dimensión, la determinación con que actuó Portales. 

Aunque a grandes rasgos, la condena a muerte del capitán norteamericano Paddock fue el mejor ejemplo del interés del gobernador por demostrar a la ciudadanía que no había contemplación con los asesinos, independiente de su nacionalidad o condición social, en el análisis más fino, tenemos que considerar que los asesinados, Joaquín Larraín y José Squella, y uno de los tres heridos, Guillermo Wheelwright, eran, si no amigos, conocidos de Portales. Larraín y Squella trabajaban para la casa Alsop y Cía., con quien Portales había hecho negocios y a quienes les había encargado la construcción de sus cárceles móviles. Wheelwright, en tanto, comenzaba a hacer sus primeros contactos comerciales con el gobierno, transformándose luego en un socio influyente. Esta cercanía con el hecho, aunque bastante menos idealista de cómo lo han querido presentar sus hagiógrafos, permite entender el afán de Portales por condenar a la muerte al capitán. Se trataba de hombres queridos y conocidos por la élite de la ciudad. ¿Habría actuado de la misma forma si las asesinadas por Paddock hubiesen sido prostitutas?  

A este análisis se suma un último factor. A inicios de 1830, el rol que jugaba Estados Unidos todavía era muy menor, por ejemplo, en comparación con la influencia que tenía para nuestro país Gran Bretaña, Francia o España. Ejecutar a un yanqui no tenía la misma carga que hacerlo contra el súbdito de alguna de las coronas europeas, de ahí que no había mayor riesgo en castigar al culpable. 

En definitiva, el crimen y ejecución del capitán Paddock visto en términos generales aparece como un ejemplo de la mano dura e imparcial de la justicia respecto a los extranjeros. Más en detalle, nos muestra las complejidades que existen en cada uno de los casos y que resulta necesario atender para conocer los problemas en su real dimensión. Lo mismo es válido para el terrible crimen de Byron Castillo y del fenómeno de la inmigración, en general. 

 Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Redes Sociales

Instagram