«Pensar» la guerra: la invasión a Ucrania y el peligro nuclear

10 de Agosto 2022 Columnas

La guerra, toda guerra, genera irracionalidad. En esencia, la guerra es el surgimiento, en la historia humana, de procesos ilógicos, imprevisibles e inexplicables. Sin embargo, esta constatación no supone que la guerra sea completamente irracional. Existen en torno a la guerra, un arte, un saber y una técnica que permiten a un observador inteligente prever sus posibles resultados. Incluso sus causas, aunque muchas veces son irracionales no son ilógicas, por lo que es posible pensar la guerra; es decir, reflexionar lógicamente sobre ella.

Sin embargo, y al mismo tiempo, sabemos que por su carácter entrópico toda reflexión es parcial.

De lo anterior se deriva que cualquier escrito sobre la guerra es parcial, no en el sentido de partisano, sino por la posición de quien escribe: situado en un tiempo preciso y en un lugar particular, quien observa la guerra es incapaz de abarcarla en su totalidad. A este mismo problema se enfrentan los estrategas y políticos que planifican y dirigen las guerras.

Pensar la guerra, pensar sobre la guerra y, sobre todo, analizar la guerra permite reducir tal parcialidad.

La guerra de agresión de Rusia en contra de Ucrania es ejemplo de esto. Cuando el pasado 24 de febrero el gobierno de Vladimir Putin aumentó exponencialmente la guerra de agresión contra Ucrania —iniciada, en rigor, en 2014—, nadie esperaba que cinco meses después Rusia estuviera en una situación que hiciera tan evidente la debilidad de sus Fuerzas Armadas (a niveles de mando, logísticos y de combate). También quedó en evidencia la naturaleza del régimen de Putin: por un lado, su burda propaganda, que partió con un supuesto control nazi sobre Ucrania, hasta las afirmaciones contradictorias sobre el bombardeo del puerto de Odessa del 23 de julio (cuya responsabilidad fue en un primer momento negada por los militares rusos, para luego, un día después, afirmar que se habían bombardeado con éxito objetivos militares, sin dar pruebas de ello).

El Kremlin además ha evidenciado su naturaleza criminal, ya que no ha dudado en bombardear masiva e indiscriminadamente zonas civiles y utilizar como arma una posible hambruna mundial para amenazar a los países más pobres. Por supuesto, nada de esto es sorpresa para quienes han seguido el régimen que se instauró allí en 1999 —tras unos atentados contra la población civil rusa que hasta la fecha no han sido aclarados—, afirmado más tarde a través de las masacres en Chechenia y en Siria, así como los asesinatos de periodistas y opositores, dentro y fuera del territorio ruso.

Como suele pasar con los regímenes autoritarios, mientras más tiempo están en el poder, menos vergüenza y prudencia muestran para ejercer su violencia (además, de menos contacto con la realidad). El fracaso militar ruso hasta ahora —que si bien ha conseguido victorias tácticas, no ha logrado cumplir con sus objetivos estratégicos— es un ejemplo de este aislamiento del mando.  En cuanto a la capacidad militar ucraniana, obviamente habrá que esperar los resultados de sus ofensivas ―como, por ejemplo, la liberación de la ciudad de Jersón― para saber si esta tiene también un aspecto ofensivo comparable a su excelente desempeño defensivo.

¿Qué camino tienen ambos bandos hacia la victoria y en qué consiste esta? Rusia ha indicado objetivos que van desde un cambio de régimen en Ucrania —pasar de un régimen democrático a un régimen dictatorial infeudado a Moscú— al control del Dombás. Al parecer, el régimen de Putin está apostando por un agotamiento occidental que progresivamente mine el apoyo a Ucrania, para, al menos, obligarla a firmar un armisticio que se ajuste a sus demandas. Pero, ¿qué pasará si, eventualmente, Ucrania logra conseguir una serie de victorias militares que la acerquen a cumplir sus objetivos estratégicos? ¿Colapsará el régimen de Putin? ¿Utilizará Rusia armas de destrucción masiva (tal como antes en Siria Bashar al-Assad, su aliado)?

Tras el colapso de la Unión Soviética, en 1994 Ucrania aceptó abandonar su arsenal nuclear a cambio del compromiso por parte de Rusia de reconocer sus fronteras. En este aspecto, la guerra iniciada por Rusia veinte años después es extremadamente peligrosa para la sobrevivencia misma de la biósfera. La gran lección de esta invasión (como lo fue la de Irak por Estados Unidos) es, entonces, para Irán, Arabia Saudita, Corea del Norte, Japón, Taiwán, Egipto y muchos otros países en los que solo la posesión de armamento nuclear es garantía de seguridad e integridad territorial. Y es que, mientras más países tengan armamento nuclear, mayor es el peligro de su uso. Dicho de otra manera, esta invasión supone un argumento a favor de una lógica demente.

El Tratado de No Proliferación (TNP) de 1970, que hasta la fecha ha permitido parcialmente evitar la multiplicación de potencias nucleares, corre por lo tanto serio peligro. En este sentido, solo una victoria militar ucraniana —con el apoyo económico y militar de Occidente, así como un apoyo diplomático de los países del Tercer Mundo— puede enviar una señal de una vía alternativa y posible a múltiples capitales que podrían verse tentadas en desarrollar su propio programa nuclear.

Como en todas las guerras importantes después de 1945, no estamos hablando simplemente de una guerra entre países, sino que de las consecuencias que esta guerra puede tener para la vida de millones de personas, e incluso para la existencia de la vida misma en el planeta. Por esto es también deseable, que, tras una eventual victoria militar ucraniana, los países poseedores de armamento nuclear se comprometan de forma realista con la promesa que firmaron en el TNP: la desnuclearización del planeta. Es una condición necesaria para que este rincón perdido entre los astros siga siendo un mundo habitable y habitado.

Publicada en Ciper.

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