Noche de brujas

31 de Octubre 2021 Columnas

Aunque a algunos todavía les cuesta acostumbrarse a la celebración de Halloween, lo concreto es que los niños de hoy nacieron asumiendo que esta fecha forma parte del calendario de eventos extraordinarios. Más allá de lo que haga uno en cada casa, las series de televisión tienen como parte de su repertorio, capítulos dedicados especialmente para esta fecha, favoreciendo su popularidad. Dentro de los clichés que uno encuentra en éstas, aparecen en un lugar privilegiado las brujas. Aquella figura clásica, vestida de negro, nariz larga y verrugas, sombrero negro y una escoba como medio de transporte.

Con el fin de desentrañar esos mitos, resulta útil recurrir a la literatura especializada sobre este tema. Uno de los últimos libros corresponde a la investigación de Katherine Howe: El libro de las brujas. Casos de brujería en Inglaterra y en las colonias norteamericanas.

Uno de los aspectos que más llama la atención de esta investigación tiene relación con cómo la figura de la bruja y su conflicto con la Iglesia ha sido más el resultado de un proceso que se ha dado con el tiempo que un fundamento bíblico. De hecho, señala Howe, en las Sagradas Escrituras apenas se habla de brujería: “lo cierto es que la Biblia del rey Jacobo (la traducción moderna de este texto) menciona a las brujas en menos de doce ocasiones y las presenta como una categoría singular y distinta de los magos y adivinos”. Sin embargo, la primera mención que se hace sobre estos personajes es lapidaria, en específico, en el Éxodo, 22, 18: “A la hechicera no dejarás que viva”.

También como parte de estas descripciones, figura en el Deuteronomio, la advertencia genérica de que la brujería es una práctica negativa que los cristianos deben evitar, lo que para la autora es clave pues “inaugura la posibilidad de describir la brujería con un lenguaje que puede moldearse al servicio de las necesidades de cualquier cazador de brujas”.

Otro problema surge de la dificultad de que en ninguna parte se especifica cómo identificar a estos personajes, ni qué hacer con ellas, una vez que son “identificadas”. La tarea la llevarán los teólogos y sacerdotes, por su propia cuenta, con lamentables consecuencias.

Los archivos de Salem, algunos de ellos disponibles en internet, evidencian un interrogatorio tipo en que, en la práctica, lo que dijera la acusada daba lo mismo. El proceso partía con alguna acusación específica a la que luego se sumaban otras preguntas como ¿Con qué espíritu maligno tienes trato familiar? ¿No has hecho pacto con el Diablo? ¿Nunca has visto al Diablo?

Tuvo que pasar mucho tiempo para que esta fiebre de acusaciones terminara. Sin embargo, a fines del siglo XVIII, cuando la caza de brujas ya parecía ser solo un mal recuerdo del pasado, un intelectual recordaba que, en 1787, una mujer de apellido Corbmarker que había muerto luego de ser apaleada, acuchillada y lapidada a raíz de una acusación de brujería en la próspera ciudad de Filadelfia. El caso era un ejemplo de la importancia de preservar la libertad de conciencia en la nueva Constitución que se estaba redactando en Estados Unidos y, a su vez, de que los avances de la ilustración en el mundo occidental aún dejaban espacio para la irracionalidad e imaginería.

En el caso chileno, el Archivo Nacional guarda algunos procesos que se llevaron a cabo en nuestro país. La historiadora María Eugenia Mena le ha seguido la pista a alguno de estos juicios y aunque reconoce que son escasos, no por ello fueron, menos importantes. A fines del siglo XVII, Juana Codosero, por ejemplo, fue acusada de asesinar a su marido con un particular menú de sesos de asno y veneno.

Finalmente, lo interesante de este tema es que, a pesar del retraso de nuestro país, la falta de pruebas en todas las acusaciones permitió que ninguno terminara en las condenas o caza de brujas ocurridas en Estados Unidos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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