No son 20 dólares, son 400 años

7 de Junio 2020 Columnas

Hace algunos meses, cuando veíamos las imágenes de las agresiones cometidas contra Carabineros e insultos contra los funcionarios de las Fuerzas Armadas, la destrucción de vehículos policiales y los ataques a cuarteles de la policía, un lugar común era decir: “En un país como Estados Unidos, jamás ocurriría algo así” o “Si tocas a un policía, lo mínimo es que te detengan o te disparen”. Las imágenes en televisión y redes sociales, no obstante, nos han demostrado lo contrario.

Obviamente, las raíces del conflicto en Estados Unidos son muy distintas y tienen su origen en la larga historia de discriminaciones que han sufrido los afroamericanos en esa tierra. Según el diario El Español, la llegada de los primeros africanos a las costas norteamericanas de la que se tenga registro se produjo hace cuatrocientos años y fue producto del robo de una embarcación portuguesa que tenía como destino a México. Por intermedio de esta acción, 350 angoleños fueron vendidos a los hacendados de Virginia que, inmediatamente, los pusieron a trabajar en sus plantaciones, dando inicio a una triste historia de abusos.

La esclavitud se extendería, de forma oficial, hasta que Abraham Lincoln decretó que desde el 1 de enero de 1863, todos los habitantes de Estados Unidos serían libres para siempre. Se acabó la esclavitud, aunque, en ningún caso, la discriminación. La muerte de George Floyd es el nuevo capítulo de una larga serie de conflictos raciales, pero que hoy día ha tomado un cariz distinto.

Me refiero a que, a diferencia de lo sucedido en otras revueltas raciales, la de ahora tiene un aroma similar a lo sucedido en Chile. No porque hayamos sido un modelo, si es que se puede hablar de ejemplo, sino porque ambos fenómenos aparecen condicionados por dinámicas nuevas.

Mientras que en Estados Unidos la causa de la crisis fue el asesinato de George Floyd a manos de unos policías, luego de haber intentado pagar con billete falso de U$ 20 dólares, en Chile, la acción de Carabineros también fue un condicionante de la crisis: fuerza excesiva en marchas de miles de personas e inacción frente a grupos minoritarios que cometían delitos flagrantes. Esto hechos provocaron que, en ambos casos, la policía se terminara inhibiendo, favoreciendo el caos y la destrucción.

A esto debemos agregar el rol de la tecnología. A las miles de cámaras de seguridad, se suman los millones de celulares que están las 24 horas grabando todo lo que sucede. Casi no hay puntos ciegos. Esto no termina con los abusos, pero sí con la impunidad, lo que va de la mano con la inmediatez de la información y la posibilidad de transmitir en vivo lo que está pasando desde un celular. Y, de la mano con esto, el rol que juegan las redes sociales, tanto para la difusión de información en forma directa, como para su transmisión a los distintos grupos, según sean sus intereses, favoreciendo la polarización y la desinformación.

La rapidez de las redes igualmente impide la reflexión e impulsa a quienes la usan a adherirse a movimientos por moda o presión social, sin llevar cabo un análisis frío de los hechos, ni tampoco medir la consecuencia de los actos que puedan hacerse para favorecer una causa. En el caso de Estados Unidos, se lucha contra el abuso, la discriminación y la violencia, paradójicamente, destruyendo todo a su paso. En Chile no ocurrió algo muy distinto, se marchó contra la desigualdad y uno de los efectos de las prolongadas movilizaciones fue aumentar la cesantía, la pobreza y, con esto, extender aún más la brecha entre ricos y pobres.

Un último factor en común son aquellos grupos que se aprovechan del malestar de las personas, en muchos casos artificialmente condicionado, para generar caos y desestabilizar el sistema por fuera de las normas y la democracia, a través del uso de la violencia, apoyándose en los delincuentes que encuentran el escenario perfecto para romper, saquear y quemar.

Finalmente, ha quedado en evidencia que ni las autoridades, Donald Trump en Estados Unidos, ni Sebastián Piñera en Chile, ni tampoco el mundo político ha sido capaz de hacer una buena lectura del fenómeno. Mientras no lo hagan, difícilmente, podrán encontrar una solución.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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