No hay corona que nos salve

29 de Marzo 2020 Columnas

Después de un par de semanas, la pandemia del coronavirus ya es una realidad en nuestro país. Algunos diarios, como El Mercurio, publican el número de muertos diarios, de infectados y el porcentaje de letalidad que existe en el mundo. Las cifras, que en un inicio nos alarmaban y entristecían, con el paso de los días, se comienzan a transformar en un simple número respecto del cual terminamos siendo casi indiferentes.

A fines del siglo XIX, ocurría lo mismo con los casos de viruela en el puerto. Coincidente con las noticias de la guerra del Pacífico, la crónica de El Mercurio de Valparaíso consignaba, día a día, el número de personas que ingresaban al lazareto contagiados por viruela, los que morían y el de los pocos que lograban escapar de ese lugar. El 29 de enero de 1880, por poner un ejemplo, la crónica de este diario informaba que había 48 variolosos en el lazareto, habían entrado 2, muerto 4 y que solo habían salido 3. Esa fue la tónica durante gran parte de la guerra.

¿Existía alguna relación entre un acontecimiento y otro? Aunque no se ha estudiado en profundidad, nos atreveríamos a decir que sí. Durante esos años, una de las principales funciones de la policía de la ciudad era velar por el cumplimiento de normas sanitarias. Una vez que se inició la guerra, la policía fue uno de los cuerpos más entusiastas en enrolarse para ir al norte, dejando abandonadas sus labores, que fueron asumidas por el cuerpo de voluntarios de bomberos, quienes, aunque con muy buena voluntad, no tenían ni la autoridad ni los medios para exigir el cumplimiento de normas básicas, como la limpieza de la ciudad. Esta falta de fiscalización favoreció el relajo de la población y, por ende, el empeoramiento de las condiciones sanitarias y la expansión de la viruela en cifras alarmantes. El número de muertos diarios en esta ciudad equivalía al número de fallecidos totales que llevamos en Chile con un mes de coronavirus.

En este mismo sentido, siempre vale la pena poner los números en perspectiva y cuestionarnos si este tipo de medidas extremas o preocupación de la autoridades mundiales no podrían también estar puestas sobre otras causas de muerte tanto o más letales que el mismo COVID-19.

Consideremos lo siguiente: el coronavirus, hasta la fecha, ha provocado el fallecimiento de cerca de 26.500 personas en el mundo y ya lleva 523.163 contagiados, según datos de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins (Se puede ver el mapa en línea del mundo). Sin embargo, qué ocurre con otras enfermedades. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, se calcula que entre 290.000 y 650.000 personas mueren en el mundo a causa de la influenza. En tanto, 398.409 personas han muerto este año víctimas del VIH.  La malaria también ha hecho lo suyo y lleva 232.470 víctimas. Sobre todas estas enfermedades, se eleva el cáncer como la más mortifera de todas, siendo la causante de casi dos millones de enfermedades en lo que va del 2020.

¿Qué hace entonces que el coronavirus no siendo el más mortífero de los virus, ni la más letal de las enfermedades, haya transformado en tan pocos días al mundo entero? Hay varios factores. El hecho de que aún no tenga una cura es uno de los más importantes. La facilidad con que se propaga y su difícil control, además. La posibilidad de que pueda colapsar el sistema de salud, etc. Hay que agregar, junto con esto, el rol que han tenido las redes sociales en su propagación como noticia.

Finalmente, y como parte del análisis, no se puede dejar fuera el carácter elitista y democrático que ha tenido este virus, a diferencia de otros, como la viruela de la que hablábamos al inicio. No es lo mismo una epidemia en África Central o Centroamérica que en Europa Occidental o Estados Unidos, ni tampoco que los primeros casos más conocidos hayan ocurridos en cruceros y no en barcazas de inmigrantes. El hecho de que el príncipe Carlos, Boris Johnson, Tom Hanks o Harvey Weinstein estén infectados, igualmente, agrega un ingrediente inédito a esta enfermedad. Independiente de los recursos, todos podemos terminar infectados. No hay corona que nos salve.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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