Necrológica por la derecha

4 de Junio 2021 Columnas

A estas alturas parecería que escribir sobre la derecha es equivalente a escribir una nota necrológica. Después del varapalo de las últimas elecciones, las recriminaciones mutuas y los últimos desencuentros en el sector, pareciera que está todo listo para el entierro.

Esos episodios no son más que la culminación de un largo proceso que, en su conjunto, revela que la derecha languidece porque carece de voluntad de vivir.

Quizás este diagnóstico suene muy lapidario. Pero para comprobarlo cabría preguntarse qué es lo que mantiene viva a una coalición, más allá del puro afán de poder. Si se supone que ese impulso proviene del deseo por promover una cierta visión general de la sociedad, entonces mi diagnóstico tal vez no resulte tan exagerado: la derecha actual no tiene o no parece tener una cierta visión de ese tipo. O no da muestras de tenerla, más allá de un par de frases con que, de modo más o menos mecánico, se la puede asociar (por ejemplo, acerca del crecimiento económico o de la responsabilidad fiscal; aunque quizás ya ni siquiera se la pueda asociar con eso).

La falta de una visión tal explica que la derecha no haya disputado ni el diagnóstico ni el relato a la izquierda. Más aún, no solo adoptó los diagnósticos de sus adversarios políticos, sino que, además, aceptó ella misma definirse según la descripción de esos mismos adversarios. Así, por ejemplo, asumió que uno de los principales problemas sociales era la desigualdad en lugar de la pobreza; tácitamente aceptó que el modelo “neoliberal” era nocivo y funcional solo a los intereses de cierta clase; no defendió la democracia representativa, pese al avance creciente de las concepciones asambleístas de democracia; titubeó a la hora de condenar la violencia callejera, porque tendió a verla como una forma legítima de participación democrática. Adoptó la idea de que la labor del político es sintonizar con los anhelos y pulsiones populares, en lugar de construir un relato, alternativo al de la izquierda, capaz de convencer al electorado. La idea de los políticos como antenas receptoras la llevó, en la práctica, a confundir la política con una subasta y a subir constantemente sus pujas. La derecha tampoco defendió la subsidiariedad y, cuando algunos de los intelectuales del sector lo intentaron, lo hicieron deslegitimando la “subsidiariedad realmente existente”, por considerarla una expresión inadmisible del individualismo liberal.

Dicho de otro modo, la derecha hizo todo por renunciar a su propio ideario. Su afán por rescatarlo revelará su deseo de vivir y superar el trance actual. Es de esperar que lo tenga, pues, en vena nietzscheana, bien podría afirmarse que quien no tiene voluntad de vivir, tampoco merece hacerlo.

Publicada en El Mercurio.

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