Los progres

30 de Agosto 2017 Columnas

El “progreso” da para todo: la derecha más recalcitrante lo ve como el fin último al que se debe aspirar, y para ello hace del crecimiento económico la punta de lanza de la vida buena. Desde la izquierda socialcristiana (también hay sectores de derecha que comulgan con esta impresión) se le mira con un dejo de desconfianza, por estar el progreso, en su pensar, inexorablemente subordinado al neoliberalismo. Hay, sin embargo, otros sectores de izquierda que creen que el progreso puede ser una aspiración legítima, aunque sólo si responde a una forma particular de concebir el contrato social. Estos son los llamados “progres”.

Para los “progres”, la política es un fin en sí mismo y, por eso, le dan una importancia especial a toda norma que busque cambiar la realidad. Se aferran al cambio mediante la introducción de leyes que rompan el statu quo conservador y todo lo que huela a tradición. Con ese fin, los “progres” han elaborado alrededor del mundo una suerte de ideología (la verdad es que no da para una ideología, sino sólo para una suerte de ella) “políticamente correcta”, esto es, defensora de las “minorías”, de los “desvalidos”, de los “olvidados”.

En una primera lectura, dicha defensa parece históricamente justa. En una segunda, no obstante, salta rápidamente a la vista que lo que parece ser justo y razonable se ha transformado, sobre todo en la última década, en una nueva forma de conservadurismo: si no estás con ellos, estás contra lo que debe ser y parecer. Así, de tanto criticar a las iglesias de signo conservador, los “progres” se han convertido en fieles piadosos de una nueva iglesia.

Si no andas en bicicleta, si dudas de la eficacia del reciclaje, si lo tuyo no es la comida orgánica (la cual, dicho sea de paso, es particularmente más cara que la no orgánica), si te atreves a defender lo “incorrecto” por el sólo hecho de que crees que incluso los incorrectos (no los delincuentes, claro está) tienen derecho a expresarse; si, en definitiva, no votas por aquellos que lanzan frases anodinas y rimbombantes en las redes sociales, entonces eres un enemigo de la causa. Y como tal debes ser tratado.

Entre la antigua izquierda y esta nueva izquierda “progre” no me pierdo: prefiero mil veces la primera. Prefiero, asimismo, a los que se equivocan (ya sea porque se tomaron un trago de más o porque se atrevieron a decir lo que realmente piensan en circunstancias difíciles) que los que creen que la perfección puede conseguirse vía ingeniería social. Me quedo, en otras palabras, con los nuevos “desvalidos” antes que con los dueños de la moralina política. No nos engañemos: los “progres” tienen, en realidad, poco de “progresistas”.

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