Lobo es el hombre para el hombre

24 de Noviembre 2019 Columnas

La frase del título ha sido atribuida a Hobbes, pero una amanada historiadora -mi señora-me indicó que fue dicha por Plauto, varios siglos antes, y hace referencia a la naturaleza depredadora del ser humano: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, dando cuenta de la naturaleza destructiva del ser humano fuera de la sociedad.

De esto trata el Leviatán de Thomas Hobbes. Sin ser un experto, puedo decir que la historia de este libro se remonta a los años que Inglaterra estaba en medio de una guerra civil en la que se luchaba por la mantención de una monarquía absoluta o el reemplazo por una monarquía constitucional. Este problema político significó una serie de enfrentamientos sangrientos que marcaron la historia de Inglaterra y, por supuesto, la de Hobbes.

Antes de iniciar el análisis de este libro con los estudiantes, trataba de representar este clima de anarquía con las imágenes ocurridas en Concepción, luego del terremoto del 27 de febrero de 2010. La nota de Televisión Nacional mostraba a una turba saqueando un supermercado. Aunque algunos llevaban agua, leche y pañales, otros tenían gigantescos plasmas, playstation y otros electrodomésticos “vitales” para la superviviencia. El cuadro surrealista se completaba con el relato de Amaro Gómez Pablo, con su acento español, encarando a los saqueadores. Hasta hace poco, esas imágenes figuraban como un hecho único e irrepetible para nuestro país en el siglo XXI.

 Algunas de las múltiples preguntas que se desprendían de esta escena eran si éstas eran las consecuencias naturales ante la ausencia del Estado; si acciones como robar o no las ejecutamos porque consideramos que es malo o solo por miedo al castigo y, por último y más fundamental, por qué vivimos en sociedad.

El título del libro, Leviatán, surge en referencia al monstruo mencionado en la Biblia y que para Hobbes es representativo del Estado. Un dios mortal al que debemos nuestra paz y defensa. Según el autor, la necesidad de poseer un Estado nace en respuesta de la naturaleza propia del hombre en la que conviven tres causas de discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria. “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para ganar un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación”.

 Sin un poder que nos atemorice a todos, advierte Hobbes, vivimos en un estado de guerra de todos contra todos. En esta situación, no hay oportunidad para la industria, no hay cultivo de la tierra, ni construcciones, ni artes, ni letras, ni sociedad, lo único que existe es un continuo temor y peligro de muerte violenta. Y luego agrega. “Donde no hay un poder común, la ley no existe, donde no hay ley, no hay justicia”. El temor a la muerte, el deseo de cosas necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas mediante el trabajo nos inclinan a llegar a un acuerdo pacífico, una renuncia y transferencia de derecho para elaborar un contrato: “La multitud unida en una persona se denomina Estado, en latín Civitas. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien, de aquel dios mortal, al cual debemos bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa”.

No comparto todas las ideas de Hobbes, porque parte de una mirada negativa de la naturaleza humana (antes del 18 de octubre estaba más convencido de esto último), pero su trabajo puede servir para analizar la situación en que estamos y que es, a entre dos extremos. Uno, el de los violentos, anarquistas y delincuentes que quieren acabar con todo y que parecieran no tener freno y, por otro, el de los carabineros, desprestigiados, cuestionados y desarmados que evitan actuar por falta de apoyo político. La acción de ambos nos conduce al peor de los mundos, aquel descrito por Hobbes, marcado por el miedo, y que nos puede arrastrar, inevitablemente, al llamado a ese Leviatán para que actúe, en este caso, el Estado, a través de sus Fuerzas Armadas. Esperemos que el mundo político tome conciencia y actué antes que aquello ocurra, pues ya sabemos cómo termina.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso. 

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