Liberalismo(s)

25 de Junio 2019 Columnas

En los últimos meses hemos asistido a una importante discusión sobre los objetivos y contornos del liberalismo político. Concentrada preferentemente en la academia y en los espacios de opinión pública, ella ha girado en torno a dos ejes: por un lado, se han enfatizado cuestiones normativas sobre el significado del liberalismo y cuál debería ser su rol como articulador del régimen representativo y de la modernidad. Por otro, se ha criticado su supuesta incapacidad para frenar a los populismos (de derecha e izquierda) surgidos en los últimos años en Europa y las Américas.

A pesar de sus diferencias, estos enfoques comparten un mismo problema: no dan cuenta de la larga y a veces contradictoria historia del liberalismo occidental, con lo cual una discusión de largo aliento se ha perdido en el bosque algo oscuro del presentismo. A continuación detallo algunos aspectos que podrían ampliar el debate y dar historicidad a un concepto eminentemente polisémico.

Lo primero que hay que considerar son los orígenes de eso que llamamos “liberal”. La historiografía concuerda en que fueron los diputados de las Cortes de Cádiz de principios del siglo XIX los primeros en utilizar el término con un objetivo político. La Constitución gaditana fue, en efecto, gravitante a la hora de sancionar ciertos derechos individuales a lo largo del imperio español, como la libertad civil, la igualdad ante la ley, la separación de los Poderes y la libertad de imprenta. Ahora bien, no debemos perder de vista que estos y otros derechos se encuentran presentes en distintas corrientes que, por mucho que no se hayan concebido a sí mismas como “liberales”, están en la base del liberalismo. Autores del siglo XVII, como Locke, o del XVIII, como Hume, Smith o Constant, suelen ser vistos como los forjadores del “liberalismo clásico”, esto es, la doctrina que pone las libertades individuales por sobre cualquier tipo de intervención gubernamental. Otros tantos son reconocidos como portavoces del denominado “liberalismo continental”, que entiende al Estado como el principal garante de la libertad. En este grupo podemos incluir, entre otros, a Rousseau, Voltaire o Bentham.

Aunque pueda pensarse lo contrario, ambas tradiciones liberales comparten algunas premisas. Como advirtió Isaiah Berlin al final de su vida, la libertad negativa (clásica) y la positiva (continental) se necesitan recíprocamente; de otra forma, estaríamos constantemente enfrentados a una suerte de anarquía libertaria o, por el contrario, a un estatismo extremo. Esto último es relevante cuando se compara al liberalismo con otras escuelas de pensamiento, como el republicanismo.

La historia enseña que, al menos en Latinoamérica, republicanos y liberales han compartido muchos más elementos de lo que algunos filósofos políticos e historiadores, como J.G.A. Pocock o Quentin Skinner, han sostenido para el caso europeo. Incluso más, plantear diferencias taxativas entre “liberales” y “conservadores” no es verdaderamente útil. Tal como quedó de manifiesto en una investigación liderada por el Centro de Estudios de Historia Política de la UAI sobre el liberalismo chileno durante el siglo XIX (y que pronto verá la luz), miembros del Partido Conservador como Abdón Cifuentes o Zorobabel Rodríguez defendieron una y otra vez un tipo de liberalismo que hoy clasificaríamos como clásico. En ello siguieron la línea de otros “conservadores liberales”, como Edmund Burke o Andrés Bello.

Esta breve genealogía muestra que el liberalismo (quizás ya sea tiempo de hablar de liberalismos, en plural) es mucho más que una forma de entender la vida o un sistema político rígido e inmutable. El neoliberalismo de las últimas décadas contiene aspectos que lo sitúan en el liberalismo. Pero que ello sea así no quiere decir que este sea sinónimo irremediable de desregulación o capitalismo irresponsable. La subsistencia del mercado requiere, de hecho, de la injerencia de la autoridad para poder subsistir; es decir, necesita de una mezcla entre dejar hacer y fiscalización. Esto es lo que nos enseña la historia y esto es lo que, creo, cualquier debate sustantivo sobre el liberalismo debería considerar.

Publicada en El Mercurio.

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