Lagos y la socialdemocracia

7 de Junio 2017 Columnas

Me ha tocado oír en el último tiempo a quienes sostienen que, debido al estancamiento en las encuestas de Alejandro Guillier y Carolina Goic, la mejor forma de vencer a Sebastián Piñera sería recurrir nuevamente a la figura del ex Presidente Ricardo Lagos. Muchos pensarán que la idea camina peligrosamente por los parajes de la política ficción. También habrá quienes sostienen que esto es un cuento de las élites, asustadas ante la idea de encarar una segunda vuelta con candidatos que generan más incertidumbres que certezas. Pero también habrá aquellos que se preguntarán por qué y cómo algo así podría ocurrir en un país como Chile, dos preguntas que, creo, sólo pueden responderse en el terreno de lo ideológico­simbólico.

Lagos simboliza una forma de entender el mundo —que podemos llamar socialdemócrata— muy exitosa en los años noventa, pero que, ya sea por el surgimiento de nuevos grupos de izquierda que maldicen lo que hicieron sus padres o por la emergencia de sectores de derecha desconocedores de la tradición liberal más clásica, ha perdido fuerza a la hora de tomar decisiones políticas. En el caso chileno, aquella forma de comprender el mundo podría resumirse en tres principios: crecimiento económico, justicia social distributiva y libertades individuales. En efecto, los socialdemócratas de fines del siglo XX sostenían que la mejor forma de distribuir socialmente era mediante un crecimiento económico sostenido, lo cual, a su vez, podía favorecer la extensión de los derechos individuales.

Se puede plantear que no existe consenso sobre qué son las libertades individuales. Tampoco sería incorrecto decir que los orígenes de la socialdemocracia tienen poco en común con su versión actual. Sin embargo, que ella haya evolucionado hacia una centroizquierda comprometida con la democracia representativa; que en esto el mercado juegue un papel central como el mejor gestor de recursos (en el entendido de que éste sea regulado por una entidad prolija y transparente), y que constitucionalmente la igualdad sea entendida como complemento de la libertad, son todos elementos que dan vigencia a los socialdemócratas de los años noventa. Vigencia que, en mi pensar, pasa por un proyecto político anclado tanto en una institucionalidad robusta como en el axioma de que los extremos ideológicos suelen atentar contra la estabilidad de un país.

No estoy en condiciones de asegurar que Lagos vaya a resurgir cual ave fénix. Lo que sí parece claro es que la socialdemocracia (en sus vertientes más o menos de izquierda, más o menos de derecha) no está muerta y que, de hecho, ella puede ser el camino que nos saque del atolondramiento de nuestro tiempo. Para ello, eso sí, es indispensable que los propios socialdemócratas recuerden y defiendan con valentía todo lo que hicieron en los años noventa.

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