Lagos, el jefe

23 de Octubre 2016 Noticias

Cuando uno cree que ha visto todo, la realidad lo despierta a palos. En política, se sabe que la cosa es a cuchillazos y sin llorar. Pero, caramba Presidente, qué dureza la suya. La estocada que le propinó a Bachelet será recordada como una de las más sangrientas de la historia. Quitarle a su mejor ministro en medio de una de las peores crisis; obligarla a hacer un cambio de gabinete de mentira y dejarla desnuda para siempre, es fuerte. Incluso para la política.
Un verdadero golpe de Estado, orquestado por quien fuera su padre político, el hombre que la inventó. Esta semana, sin que le temblara la mano, la mató. Y luego, en un gesto que sólo hacen los que saben, le agradeció por haber muerto por él. Algo que, de paso, nos aclara quién manda acá, quién es el jefe. De esos que no viven del cariño, sino del respeto. Lagos, de eso sabe. Y lo impone, a veces por admiración; otras, por la fuerza.
Bachelet, como en muchas otras cosas, no supo leer esto. Encandilada por su posición, se olvidó de quién la puso ahí. Y le faltó el respeto a Lagos. En su primer gobierno, no dudó en endosarle el problema del Transantiago. Luego, intentó hacer borrón de su obra, ninguneando la Concertación. Quizá pensó que estaba viejo, que su tiempo había pasado. Pero el hombre estaba atento. Esperando su momento. Y cuando la vio más débil, no dudó en lanzar su ataque letal.
Por eso, se equivocan quienes creen, como Guillier, que todo esto es una operación orquesta por La Moneda para apuntalar a Lagos. Claro, Guilllier es una suerte de hombre bueno, popular, que todavía no entiende que la próxima víctima es él. Que su enemigo no es el gobierno, incapaz de articular nada. Que el que está moviendo los hilos en su contra es otro. Y el cerco se estrecha.
No deja de impactar la capacidad de Lagos. Algunos detestan esto, la vieja política, la que no conoce lealtades, la que se cocina entre unos pocos, casi de espaldas a la gente. Debo reconocer que a mí me provoca una suerte de morbo. Constatar el lado oscuro del poder tiene algo de placer culpable. La misma fascinación con la que se ven series como House of Cards o películas como El Padrino. Claro, la realidad no es tan cruel, pero la lógica es siempre la misma: este es un juego para perros grandes. De eso, no hay duda.
Bueno, la cosa es que Lagos dio un paso más para instalarse como candidato de facto. Ya tiene alineado a sus partidos, el bloque PPD/PS y ahora tomó el control de La Moneda. Muy pronto, la Democracia Cristina se sumará a lo inevitable -en eso está Burgos- y le quedan los radicales, quienes todavía sueñan con Guillier. Será un sueño corto. ¿Los comunistas? Tendrán que ser prácticos. Lagos los buscará, pero no tendrá la condescendencia de Bachelet. Saben que la cosa es con o sin ellos.
Es cierto, faltan los votos para ganar. Pero en la lógica de la vieja política, eso viene después. Primero uno se hace del poder; después se hace popular. Cada día tiene su propio afán. Y lo que estamos viendo hoy es una lección de poder, comandada por el líder más frío y efectivo que recordemos en la historia reciente.

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